jueves, 1 de diciembre de 2011

Mis placeres ocultos: 'Una selva de ambiente stéreo'

          ¡Nueva sección! Aunque no tengo la asiduidad que desearía publicando artículos, debo reconocer que me está gustando esto del blog. Por eso he decidido reunir textos que tengan un motivo común, mucho más acorde con la intención inicial de Mi Cara B, sacar mi lado más escondido. Eso no significa que vaya a dejar de publicar reflexiones como los que hacía hasta ahora. La convivencia será posible, lo prometo.

          Como decía, al crear este blog pretendía explicar (y comprender) asuntos, preocupaciones o influencias que me definen en realidad y que me distinguen del resto. La diferencia que puedo tener con los demás en según qué intereses es tan grande que intuyo que soy el único que los tiene. De esa forma surge la capacidad que tengo de darme cuenta de hechos que los demás no logran entender. Es algo normal. No es que yo sea más inteligente, sino que, por ejemplo, al haber seguido un camino distinto, puedo asimilar algo que sea próximo a las rutas secundarias que decidí elegir. Si puedo fijarme en los detalles de la redacción textual es porque escogí la senda de la literatura. Y al revés, como no tengo ni idea de coches, cuando estoy en una conversación sobre motor opto por retirarme sigilosamente. Así las cosas, teniendo una serie de inquietudes bastante insólitas puedo descubrir el encanto de cosas muy singulares. El problema de las carreteras secundarias es que te llevan al monte y no a Benidorm, por eso algunos de mis gozos acabando siendo algo exclusivo y privado.

          A todos esas cosas con las que disfruto de ese modo les dedico esta sección, Mis Placeres Ocultos, a modo de homenaje. Después de lo que me han aportado, es necesario hacer justicia con algo que se ha convertido en objeto de culto para mí.

          Para inaugurar este espacio, hablaré del grupo de rap onubense Punto Final, uno de los decanos del rap español, con una larga trayectoria pero que ha presentado pocas publicaciones hasta el momento. El grupo, como tantos otros, se inició como una banda de breakdance, pero más adelante surgió la idea de dedicarse al rap. Paralelamente la banda mantuvo el espíritu b-boy desdoblándose en dos proyectos alternativos: N-efecto, a través del cual presentaron el EP B-boys, un disco de electro-funk que remite a aquellos maravillosos ochenta incluso a los que no estuvieron allí. El otro es Flan de funk, del que no constan álbumes pero sí algunos temas y remixes, como en la edición de remezclas de Raggaflá de La Puta Opepé. Pese a todo donde tuvo más constancia fue como grupo de rap, con la publicación de la maqueta Toma Conciencia en 1995, el maxi-single A la sombra del bloque con el que se dio a conocer en 2001. Le siguió su único álbum completo, Una selva de ambiente stereo (2003). Tras un parón de tres años, aparecieron con otro maxi 'Savia bruta', el disco de remezclas 'PFRMX07' y la demo de presentación de lo que se avecina 'DEMO09'.

          Conocí a los de Huelva en 2002, cuando cayó en mis manos el recopilatorio 'Hip-hop en español vol.1', en el que figuraba su canción A la sombra del bloque. Me fascinó enseguida. Una instrumental que me pareció totalmente novedosa, con cambios constantes de ritmo. Unos textos que aun guardando algo de egotrip no parecían serlo porque hablaban de algo distinto. Alejado del chuleo pero no de la frescura, la manera que tenían de intercalarse los emcees daba una vitalidad añadida al ritmo, evocando a los clásicos Beastie Boys. Aquello me dejó a cuadros y como a mis catorce años aún me era bastante difícil adquirir discos tuve que quedarme con esa única referencia durante un buen tiempo.



          Un año más tarde, preciso, a finales de octubre del 2003, me había montado en el bus para ir a Girona ciudad, comprar unos cuantos sprays, una sudadera Puma a la que hacía tiempo que le había echado el ojo y darme un paseo para ver las novedades del Graffiti local. Cuando llegué a la tienda (la malograda Flashback) me puse a ver si encontraba discos recién salidos del horno. Y ahí apareció, detrás de una fila de 6 o 7 álbumes, una caja de plástico con una fotografía de un puñado de techos con sus antenas en portada. Leo el nombre del disco y dice 'Punto Final: Una selva de ambiente stereo'. Me dije ''hostias!, los del tema de la sombra del bloque'' y decidí comprarme el disco. Pasé de la pintura, porque temía perderme la sudadera en su talla ideal, aunque a los 3 meses me había encogido y parecía un pobre cani cuando me la enfundaba. Si lo de la ropa fue una putada, lo del disco me salió de perlas. Recuerdo que el tendero, Sarmiento, que ahora publicará disco de reggae (¡cómo pasa el tiempo!), flipó que con mis 16 años apenas cumplidos me decidiera por algo tan 'difícil'. Le dije que me gustaron en el temita aquel y me dijo que aquello era mejor. Y lo fue.

          Llegué a casa y encendí la cadena. Tenía que catar ese nuevo premio. Recuerdo que la intro del disco fue algo que no logré asimilar. El ruido de polvo de la aguja del vinilo durante minuto y medio. Menuda locura era eso. ¿Qué le pasaba al disco? ¿Me lo habían vendido rallado? Me apresuré a pasar al siguiente corte y lo que vino después de eso fue otro cantar -nunca mejor dicho-. Llego 'La mejor media hora de mi vida' con una entrada de un ritmo taladreante que se alargaba durante un minuto y que todavía hoy me sigue haciendo esperar con ansia que salgan los emcees. Como en un concierto, pero a miles de kilómetros de distancia. Sus rapeos volvían a ser igual de frescos, pero se adaptan sobre ritmos bastante distintos entre sí. Los textos han cogido forma y profundidad, sosteniendo un discurso mucho más sólido y elaborado respecto a la referencia anterior. En este tema se intuye además cierta influencia del rock, pero mucho más experimental. Aunque para experimental el siguiente tema: Acción antrópica, que repetía la fórmula inicial de la espera, pero que recuperaba la alternancia de los emcees, recurso habitual del grupo y que uno agradece, acostumbrado a los párrafos de minuto y medio tan difíciles de digerir. La canción queda envuelta en un sinfín de instrumentos y cambios de ritmo. A eso hay que unir la feroz crítica al maltrato ambiental por parte de gobiernos y organizaciones no lucrativas (pese a representar lo contrario).


          'El tiempo en marcha' es la siguiente canción, que paradójicamente, viene a frenar un poco el ritmo trepidante con el que arranca el disco. El sonido pasa a ser algo mucho más sugerente y sensual, como si fuera “el ritmo de un cha-cha-cha” que diría Paco, el único MC que interviene en este corte. Aunque a simple vista puede parecer una canción minimalista, si uno agudiza el oído se da cuenta de lo lograda que está la batería del ritmo (uno de los aspectos que más mima el grupo) y de la cantidad de instrumentos que se van dando cita a lo largo de estos cuatro minutos -de los setenta y pico minutos, en realidad-. Tras oír este tema, te puedes dar cuenta de que no estás ante el típico continuum de instrumentales con bombo, caja y melodía. Aquí hay un concienzudo trabajo musical. Y textual, porque a estas alturas parece muy difícil no hacer un disco de rap sin caer en los tópicos líricos del género. Tras ese fogonazo inicial, aparece el clásico skit del compacto, en el que Punto Final reúne varias grabaciones de las canciones de su maqueta Toma Conciencia (1995) en la misma calidad sonora que debía tener en realidad la cinta original, dando constancia de que no sólo el Recreativo es un decano nacional que viene de Huelva, ¡con un par!

          Al hilo de ese skit, tenemos 'PF crew', que es el clásico canto nostálgico a los viejos tiempos que tantas veces se ha hecho en el rap español. Si bien normalmente suelen recaer en los mediados de los noventa y aquí lo hace en 1988, cuando se formó la banda. Además, el hecho de llamarse 'crew' implica bastante más que una dedicación al rap, porque ese nombre es el que utilizan los grupos de Graffiti o Breakdance, muy presentes en los inicios de los onubenses. Para diferenciarse más aún de ese concepto tópico, el ritmo sigue la estela del corte anterior con ese carácter más bien melódico pero que esta vez evocaba a los coros que se hacían en los parques para que los breakers siguieran un compás. Las flautas le aportan un aire mucho más simpático al tema, huyendo de lo rudo que puede hacerse a menudo lo sintético. Los tres raperos vuelven a alternarse en el micrófono, como si fueran b-boys ejectuando sus movimientos uno tras otro. Pero ese formato desaparecerá en el séptimo track 'Superego', un verdadero desahogo para cada uno de ellos, que les permite atacar al micrófono durante un minuto. Aunque, sinceramente, no me queda muy claro de qué trata la canción, uno parece asistir a una verdadera terapia frente al papel, una redención a través de las palabras. Por eso se produce una pausa entre los fragmentos, para poder coger aire y prepararse para lo que viene. De esta forma se explica que la estructura de los textos es simétrica en los tres casos: se entra con calma pero progresivamente las palabras se van envolviendo en rabia. Los múltiples cambios del ritmo que se producen señalan mucho más el paso de una actitud a otra. Aunque, a decir verdad, el ritmo ya se había cambiado de inicio. El formato de la base es inusual, porque carece de golpes de caja, excepto en el tramo final del rapeo de Paco. Como cuentan ellos mismos en los tracks que han subido a YouTube -un hecho cuanto menos curioso-, la colaboración en el contrabajo la hace el Sr. Sombra, que se marca unos solos entre fragmentos.

          A continuación nos encontramos con 'Hijos de padres...', el temazo en solitario que se marca Pepe Toscano. Esta vez la entrada del texto es inmediata, con la única compañía de una melodía elegante con la que se evoca al pasado. Tras los primeros versos, entra la batería con el toque pegadizo tan de costumbre en el grupo, ideal para la exhibición de flow del emcee, que se adapta al tempo y sus cambios a distintas velocidades. La canción trata de nuevo acerca del pasado pero desde una visión mucho más íntima, centrándose más en la superación personal y la adaptación al medio, aunque reivindicando precisamente eso, que nadie le ha regalado nada y bien orgulloso que se siente de ello. Pero para muestra de orgullo, la obra maestra del disco, 'El espejo', seguramente su pieza más singular. La canción fue realizada con la colaboración de N-fecto, es decir, ellos mismos, que cuando no lo sabes te parece algo muy logrado, pero si te enteras de quién se trata, valoras muchísimo más el trabajo, aunque sigue sonando a burla lo de colaborar con ellos mismos. 'El espejo' en el que el oyente se mira es un auténtico tema de los de antes: rapeos sobre un ritmo electro-funk, nuevamente con la alternancia en el micrófono y las palmas bien marcadas, al igual que esos coros de parque de 'PF crew', de los que la banda aún no quiere salir. Este track representa la esencia del disco, que se mantiene fiel al pasado pero avanzadísimo a su tiempo.


          Tras esa sacudida para los Breakdancers, llega 'Esel', un tema mucho más íntimo, en el que sólo rapea Peláez, yendo más allá de lo que pretendía 'Superego': a mi entender, la ambigüedad del texto habla principalmente sobre cómo escudarse en el Hip-hop para liberarse uno mismo, que como deja claro un track así, no es poco. A su vez, asumiendo lo que hizo, se puede reconocer en el presente. Al sugerente ritmo de Davo que evoca a los redobles de tambores de guerra, hay que añadir los increíbles scratches de Spínola, que como descubre el propio grupo, se hicieron con un pedal multifunción de guitarra conectado a los giradiscos para generar ese efecto wah-wah. Después de una innovación así, sólo podía venir el acabóse. El track número 11, 'Andalusito', es el que cuenta con un mayor número de colaboraciones, que tras lo visto en los diez temas anteriores, no podía deparar algo normalito. Si bien sólo rapea Pepe Toscano, cuenta con otra presencia vocal, Manué Amaya, que tiene ese papel de 'cantaor' tan arraigado al sur. Lo que se produce en esta canción es algo curioso: por un lado, se trata de una reivindicación de la grandeza de Andalucía, de la que ellos también forman parte, aportando su granito de arena. Por otro lado, casi parece una paradoja que algo tan alejado de la música tradicionalmente andaluza pueda incluir constantes referencias del arte sureño e incluso, considerarse como tal. Es una forma de decir que se sienten orgullosos de la cultura andaluza y sí, pretenden ser parte de ella, pero a su manera. La singularidad se extiende al tipo de compás, de 6/8 (escaso en canciones de rap) y a las colaboraciones, en que Sombra sigue con esos finos acompañamientos de guitarra y bajo, los scratches y el taconeo son del primer dj que tuvo el grupo, LaloMalo. Hasta Pepe hizo una aportación con el cajón, para cerrar el elenco de participantes, que deja claro que el sur trabaja bien en equipo.

        A continuación llega 'Tal y cual', un tema en el que la alternancia de los emcees se convierte en una conversación entre colegas que se reúnen en el bar para contarse sus rutinas. Como suele ocurrir en este tipo de situaciones, las intervenciones son breves y se enlazan una tras otra. Por eso mismo, cada uno de ellos suelta una sola frase, de un verso o dos, y da paso al siguiente. La batería del ritmo vuelve a ser fantástica, acompañada de los -para nada clásicos- scratches y como a lo largo del disco, no hay estribillo. Para terminar, Punto Final lleva a cabo parte de lo que predica en algunos de los temas del álbum. Los onubenses echan la vista atrás para agradecer y homenajear aquello que les dio el espaldarazo definitivo en su carrera, el estupendo 'A la sombra del bloque' al que me referí al principio. Este disco supone para el grupo una voluntad de ir mucho más allá en lo que viene siendo el rap. Sin embargo, esa evolución también la quieren aplicar a ellos mismos, por eso reeditan su clásico, que era algo un poco más convencional, para pasarlo por el nuevo filtro de su selva de ambiente stereo. Se lo montan tan bien con la colaboración que se permiten hacer la diferencia entre el típico remix y la aportación de algo nuevo, que en este caso es la participación del Sr. Sombra, como se indica en el título, 'El Sombra en el bloque'. Una vez el grupo se reafirma pero a la vez ironiza sobre su pasado, concluye el álbum con el skit 'Eclipse', un puñado de ruidos raros como los de la intro y como los que ha sabido mezclar tan bien en los 13 cortes anteriores.

         He ahí pues el análisis estilístico de 'Una selva de ambiente stereo'. Ahora quizás deba hablar de lo que significa para mí. Lo compré con 16 años y aquello fue un verdadero fogonazo en el que vi algo inimaginable. Sigo sin saber cómo pero creo que crecí de golpe al escucharlo. Lo hice musicalmente, sí. Aunque también crecí yo mismo, porque al fin y al cabo, uno crece en relación a las experiencias artísticas que va pasando. A menudo la gente cuando recuerda una época lo hace diciendo cosas como ''yo en 2005 escuchaba punk''. Pues yo en 2003 escuchaba Punto Final y mira si son buenos que en 2011 aún van sonando en mi coche. Es curioso pero ponerme el CD es volver al 2003 y mirar hacia el futuro al mismo tiempo. Seguramente es un álbum totalmente avanzado a sus días y que se conserva como impropio de una tendencia, por eso cuesta situarlo en algún año. Del mismo modo, esa manera tan meditada de crear música y el hecho de desmarcarse tanto de lo establecido supusieron un cambio de chip para mí, que me llevó a seguir por la línea que llevaba y seguir ''contando lo que nadie tiene en cuenta'', como Punto Final.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Futbolistas, la diana perfecta

           Siempre me ha llamado la atención la figura del 'cabeza de turco'. Crear una historia que convierta en culpable a alguien que pasaba por allí, para que sea motivo de bochorno e indignación para todos los demás. Al sujeto en cuestión lo que espera es algo así como 'el minuto de odio' de 1984, la novela de Orwell. No hace falta ir a ese futuro apocalíptico del relato para encontrar personajes que se ven sometidos a eso. En los informativos vemos constantes noticias parecidas a la de la madre que inyectaba votox a su hija pequeña o la del joven que murió tras masturbarse 42 veces. Esas noticias son las que provocan reacciones como "el mundo está fatal", "la gente se vuelve loca". Les doy la razón, el planeta está perdiendo el norte. Antes no se emitían barbaridades así. Mejor dicho, antes no se inventaban paparruchas de esta índole, probablemente falsas e imposibles de verificar. No me sorprende que esas noticias sean las más comentadas, porque lo demás no tiene interés alguno. Si se muestra a un culpable, la gente clamará venganza con antorchas, piedras y crucifijos. Aunque quizás el crimen no va con ellos. Y las verdaderas atrocidades quedarán escondidas en un segundo plano.

           Tras las huelgas de futbolistas que se han producido en Italia y España, esa es la idea que se ha instalado en mi cabeza. Especialmente por la del país transalpino. Mientras aquí la huelga se debía a la acumulación de futbolistas que no cobraban su sueldo desde hacía meses y el amparo creado para los clubes morosos conocido como Ley Concursal, en Italia el asunto era más complejo y seguramente no tan noble: el gobierno de Berlusconi planea establecer un impuesto de solidaridad con el que las rentas superiores a 90.000 euros deberán pagar un 5% adicional y las que superen los 150.000, abonarían el 10%. El futbolista profesional italiano difícilmente tendrá un sueldo inferior al mencionado, así que tratándose de algo que afecta a todo el gremio, los 'calciatori' decidieron agarrarse a su derecho de huelga. El aluvión de críticas no se hizo esperar. Que si no deben pasar el mes con un sueldo de 1.000 euros, que si no se levantan a las seis de la mañana para ir al trabajo, que si viven demasiado de lujo para permitirse una protesta así cuando la situación del país es tan crítica. Lo de siempre, vaya.

           Es muy fácil apuntar al rico que te aparece en televisión cuando las cosas no van bien. Uno se puede quedar bien a gusto señalando al que tiene un empleo mucho menos duro y tan bien remunerado. Sí, el futbolista profesional cobra mucho. El de élite, probablemente demasiado. Estoy de acuerdo con aquellos que opinan que con la tremenda crisis que vivimos o la cantidad de pobres que hay en el planeta, es una atrocidad que unos cuantos ganen tanto por 'tan poco'. Aunque hay que precisar dos cosas. La primera es que una cosa no tiene nada que ver con la otra. Esa gente que se indigna con los sueldos de los jugadores olvida que no se trata del jornal de un político o cualquier otro funcionario. Lo que cobra un futbolista es dinero privado, proviene de una determinada empresa -el club para el que juega-. Lo que ganan los diputados sí proviene de las arcas del Estado. Es dinero público, por lo que les pagamos entre todos. A un futbolista le paga una empresa privada, que como tal, tiene derecho a invertir su dinero como le plazca, sin saltarse leyes ni contratos. Por eso es injusto que alguien proteste por el sueldo de un futbolista escudándose en las desigualdades del Mundo.

          La segunda es que el objetivo de las críticas es como siempre lo más mediático, la cabeza más visible. Ahí es donde uno señala a Cristiano Ronaldo, Messi, Agüero o Kaká. Muchos deben creer que por jugar a fútbol en un club grande se ganan por lo menos 10 millones netos al año. Pero nadie parece darse cuenta de que este selecto grupo de multimillonarios son sólo la punta del iceberg. Y esa es precisamente la imagen, porque la distribución de las ganancias es algo más bien piramidal. En función del equipo en el que juegue y del rol que ocupe en él, el deportista ganará más o menos dinero, porque además de sus logros, le llegarán los ingresos por publicidad. Aunque el camino hasta llegar al Olimpo nunca es fácil: Desde niño, el futbolista ha debido entrenar cinco días a la semana para poder ganarse el puesto para jugar el sábado. A esa constancia infatigable que parte su infancia por la mitad, hay que sumar el desarrollo técnico y táctico que se les va exigiendo, la exigencia incesante de los resultados y el criterio necesario para tomar las decisiones acertadas acerca de los traspasos y contratos en una edad poco apropiada para hacerlo. O lo que es lo mismo, el futbolista se lo tiene que ganar desde muy pronto.

           Pese a esos requisitos de tan larga duración, la mayoría seguirá creyendo que la profesión es demasiado grata, porque se trata de un trabajo más leve y mucho mejor recompensado que el de los demás. Pero otra diferencia con un empleo normal es el hecho de que todo el mundo sepa cuanto ingresa el futbolista a final de mes. Personalmente, me molesta muchísimo que me pregunten lo que gano -cuando trabajo-, es algo muy indiscreto. Pues el caso del futbolista es incluso peor, porque no sólo se publica su paga, sino que parece que el público tiene la obligación de saberla. Todo eso cuando, repito, no son trabajadores del Estado. Es decir, el respetable sabe algo que no debería saber. Pero ignora algo que sí debería conocer sobre los sueldos de los futbolistas antes de hacer números: a un profesional Hacienda le retiene un 44% de sus ganancias. Algo de lo que hasta hace poco se salvaban los extranjeros, que sólo perdían el 27%, gracias a la denominada Ley Beckham. Al conocer esto, muchos reaccionan con un ''el 44% de seis millones le deja con 3,5 millones todavía''. Sí claro, pero por el camino alguien ha perdido dos millones y medio. Y eso, me parece a mí, le duele a cualquiera.

           Como decía en el tercer párrafo, para la mayoría es algo realmente ingrato que los futbolistas ingresen tanto (ya hemos visto que algo menos) por un trabajo así. Lo que hacen es algo que carece de relevancia, pero curiosamente, en cualquier bar hay alguien hablando del gol de mengano, del fallo de fulano o del penalti no pitado. Es decir, es una actividad intrascendente pero da que hablar. Muchos de esos hipócritas que dicen que ''sólo se trata de 22 tíos detrás de un balón'' son los cobardes que charlan con frecuencia sobre fútbol. Ni decir queda que también son los aprovechados que acudirán al fiestón en la fuente de su ciudad cuando su (¿?) equipo gane algún título. Los futbolistas “sólo” dan patadas a un balón pero tú comentas, evalúas y sentencias su trabajo. “Sólo” persiguen un trozo de cuero, pero hay millones de personas pendientes de ese objeto. “Sólo” trabajan para meter goles, que son los que te tienen frente al televisor para poder salir a la calle en los partidos grandes. Se produce así una contradicción terrible al encasillar el fútbol como algo banal, insignificante y absurdo, pero aprovecharse de él para encajar socialmente. Parece evidente que el fútbol es algo más que eso.

           Como personajes mediáticos que son, los futbolistas pasan por toda clase de juicios sensacionalistas y se examina con lupa todo lo que hacen. Deben soportar las correcciones de, en primer lugar, un montón de periodistas para nada neutrales y excesivamente ventajistas a sueldo de unos medios de comunicación en busca de carnaza. En segundo lugar, del resto de público en potencia, cuya intención puede ser gozar del fútbol o tener una excusa para desahogarse insultando a alguien. La crispación que por estas dos vías se le ha ido inyectando al deporte rey, ha llevado a situaciones límite en las que al jugador no se le permite trabajar con dignidad. Miles de personas alabando las habilidades sexuales de la madre de un jugador rival, emitiendo ruidos racistas o lanzándole objetos peligrosos. Recuerdo la pancarta que recibió a Laudrup en el Camp Nou: ''Petrovic, Juanito, Laudrup tú serás el siguiente''. Cuando alguien recibe amenazas de muerte ejerciendo su trabajo, ¿alguien puede afirmar que eso digno de una profesión? ¿De veras se puede consentir un maltrato psicológico porque la víctima cobra mucho?

          En España el deporte mayoritario, casi exclusivo y tiránico es el fútbol. No se puede negar. El baloncesto, el balonmano o el tenis se ven trasladados a unas cuotas de interés paupérrimas. Quizás por eso a los otros deportistas se les ofrece un trato mucho más respetuoso. Al no verse sometido a la atención masiva, sino más bien selecta, la vorágine de opiniones ofensivas disminuye. Del mismo modo, desaparecen las disputas mediáticas y las implicaciones políticas. Un ejemplo de eso lo dijo Xavi Hernández, cuando recriminó a la prensa que sólo discutieran su implicación con la selección española a él y a Puyol por el hecho de ser catalanes. ''Eso no se lo hacéis a Gasol ni a los demás'', añadió. Dio en el clavo. La clave está en que el fútbol en este país es un polvorín nacionalista, por eso a la mínima que se puede alguien introduce de nuevo el asunto. Los medios del baloncesto, sin ir más lejos, están mucho más centrados en lo suyo, por eso genera menos atención entre el público. Si se intentara mezclar tal deporte con unas gotitas de demagogia política, el resultado sería un mayor interés de la gente. Mientras tanto, el futbolista nacional se ve entre la espada y la pared en función de sus orígenes o ideas.

          Se comenta a menudo que los futbolistas tienen el trabajo que quieren. Es verdad. Pero lejos de felicitarles por ello, parece que eso supone un problema para los demás. Es ofensivo que alguien dedique su vida a una pasión que lleva tantos años perfeccionando. Aunque a muchos se les olvida que el futbolista no es el culpable de que tengas un empleo de más de 40 horas semanales y poco más de 1.000 euros al mes. Creo sinceramente que son muchos más los que han decidido a qué se querían dedicar. Algunos quisieron estudiar y otros se fueron directos a los trabajos temporales. A excepción de los inmigrantes que vinieron en busca de un sueño o de aquellos que perdieron casi todo por una mala racha, la mayoría de la población elige su camino. Es más aconsejable decir que los futbolistas tienen el trabajo que quieren, como mucha más gente sea del gremio que sea. La diferencia está en que el futbolista, cuando era un niño, soñaba con ser futbolista. Mientras que el obrero, el carpintero o el mecánico probablemente también soñaban con ser futbolistas. Quizás todo se reduce a una cuestión de envidia por aquel que ocupa un lugar que creemos que nos corresponde a nosotros mismos y no a quien está en él.

         Como al resto de chavales, a mí también me habría gustado ser futbolista. De hecho, mi vocación posterior fue el periodismo deportivo, para lo que todavía creo tener bastante madera, pero que ha quedado en un segundo plano por culpa de las inquietudes que aparecieron después. Por mucho que puedan afectarme tales frustraciones, no puedo atacar al futbolista, cuya bella profesión me ha regalado momentos maravillosos sin pedirme nada a cambio. Un oficio y unos trabajadores que siguen llevándome frente al televisor con la misma ilusión que cuando tenía nueve años.

jueves, 28 de julio de 2011

Un viaje al mundo de las leyendas urbanas

Antes de nada, quisiera pedir perdón por este mes y medio sin aparecer: haber estado trabajando en la Facultad, con encargos de Graffiti y finalmente en mi empleo base, el camping, me han absorbido el tiempo.

          En este último año he ido conociendo una serie de historias que me han contado distintos personajes de mi entorno. En el camping donde trabajo en verano, una cliente muy mayor dijo que una chica se fue de vacaciones a Brasil, allí conoció un chico con el que mantuvo relaciones sexuales. Cuando ella regresaba a su país, él le entregaba una carta que debía leer en el avión. Lo que había escrito era “enhorabuena, tienes el sida”. Otra historia me la contó un amigo: el rito de iniciación de una banda, en la que el aspirante a pandillero debe conducir de noche con las luces apagadas. El objetivo será el primer conductor que le avise con las largas, a quien deberá perseguir y matar. Más adelante, comía con unas compañeras en la facultad y un chaval que iba con ellas ese día -al que no he vuelto a ver, por cierto- contó la historia de un alumno de 2º de bachillerato que en un examen de filosofía debía responder a la pregunta '¿qué es el riesgo?'. El chico contestó “el riesgo es esto” y entregó la prueba. El profesor le puso un 10. La última historieta curiosa con la que me he encontrado es la de la mujer que ha asesinado a su hija de 6 años metiéndola en el microondas. Esa noticia ya había salido en otro medio unos dos meses antes. Tengo la sensación de que ese déja vu se debe más bien a la modificación de unos hechos parecidos: una chica que tenía que secarse el pelo en muy poco tiempo y metió la cabeza en el microondas (en serio, ¿existen adolescentes sin secador?) tras haberle manipulado el mecanismo de cierre. Cuando la joven llegó a clase murió; el cerebro se le había fundido como un Ferrero Rocher en agosto. 

           Lo que une estas historias es que son muy sorprendentes aunque eso a veces no impida que parezcan posibles. Es bastante difícil no quedar perplejo cuando le cuentan a uno semejantes hechos. En ese sentido, recuerdan al realismo mágico de la literatura hispanoamericana, porque se expone algo sobrenatural o incongruente como lo más cotidiano del mundo. Otro tópico que las reúne es que suelen situarse en un lugar entre alejado y exótico, que seguramente les da mayor credibilidad porque ocurren en gentes de costumbres distintas a las nuestras. Sin embargo hay veces en que los sucesos parecen haber ocurrido mucho más cerca, para dar a entender que también podríamos pasar por algo así. Otro rasgo habitual es la intención moralizante que arrastran. La mayoría de estas historias, no todas, son principalmente un aviso ante posibles situaciones: “ten cuidado con el sexo en países muertos de hambre, vigila a qué loco le haces luces en la carretera y no metas la cabeza en el microondas”. Pero si hay algo presente en todas ellas es que son totalmente falsas. Por mucho que se cuente siempre como algo cierto y que se centre en un marco creíble, no hay ninguna prueba de que hayan llegado a producirse, más que nada porque no existen testimonios (algo sobre lo que volveré a hablar). Algunas historias son convincentes y podrían pasar perfectamente por ciertas, como la del examen o el coche nocturno. En cambio hay otras que no se sostienen por ningún lado, como la barbaridad del microondas.

           Por muy paradójico que sea, una de las verdades de esta vida es que la gente miente más que habla. De ahí que exista en el ser humano algo que le empuja a mentir a diestro y siniestro. Es ahí donde nacen estas y otras muchas historias que la gente ha ido inventando y contando para resultar interesante y destacar frente a los demás, al conocer unos hechos tan increíbles que implicarán la atención absoluta y la fascinación de todos aquellos que lo oigan. A las historias de este tipo se las conoce como Leyendas urbanas, que se distinguen de las leyendas convencionales porque son modernas, con símbolos cotidianos y un valor universal que le permite extenderse por los cinco continentes. Tampoco se deben confundir con los bulos o los rumores, porque son más complejos que estos, al estar más elaborados y afectar a más sectores de la sociedad. Pese a la modernidad cosmopolita que las envuelve, las leyendas urbanas son un producto folclórico: sobre ellas se cimientan algunas creencias, temores y condenas de la sociedad actual. Tanto es así que se convierten en verdaderas alegorías -de la desconfianza, en especial-. Llegan a convertirse en tópicos en cuanto referencias ineludibles para expresar un temor. De ahí la pretensión de querer darla a conocer al máximo de personas posible, por prevención. Todo el mundo debe saberlo para poder estar preparado. Otras, sin embargo, carecen de ese valor doctrinal y se convierten en simples historias sórdidas que no tienen intención de alertar, sino que sólo buscan escandalizar (es decir, leyendas). No por eso significa que tengan que difundirse menos. Lo que se cuenta es tan espectacular que debe llegar al mayor número de gente.
 
         La difusión de las leyendas urbanas es algo bastante más complejo que la típica idea de una cadena 'de boca en boca'. La transmisión de las leyendas ha sido siempre un proceso oral y generacional, por mucho que el concepto leyenda signifique 'para ser leído'. En la antigüedad era más factible que se divulgara una historia por toda una comunidad, ya que ésta era mucho más reducida que los grupos actuales. En cambio, ahora las poblaciones son mucho mayores que las de antes y la propagación de una leyenda se intuye costosa mediante esta vía. Por contra, vivimos en una sociedad marcada por la interdependencia de países, con un sinfín de relaciones bilaterales entre naciones. Eso agiliza la distribución internacional de las leyendas urbanas, que pasan a formar parte del imaginario global. A eso hay que sumarle las mejoras comunicativas derivadas del teléfono, la televisión e internet. Algunos de estos medios permiten explicar que siga existiendo esa difusión oral. Para explicarlo, tomaré el ejemplo de la principal leyenda urbana de España, la de Ricky Martin, el perro y la mermelada. Todos la conocemos. En tal caso, la difusión sorprendió por su rapidez: en 12 horas todo el país la conocía. Teniendo en cuenta lo rudimentario del internet en esos años aún, no parece posibles que el boca-oído-boca pudiera generar aquello (más aún siendo la hora de dormir). Que la difusión se proyectara más o menos igual en todas las regiones y que la expectación que suscitaron la reposición del domingo y el programa siguiente me hacen pensar que en realidad se trató de una estratagema desde la propia cadena para conseguir unos registros de audiencia inauditos. Para ello habría bastado tener unos cuantos topos por ciudad llamando a un número indefinido de personas que, a su vez, difundirían la noticia. Pero vamos, sólo estoy especulando. 

           Eso nos lleva al origen de las historias. Toda leyenda tiene un nacimiento y todo nacimiento tiene un padre. El padre es en este caso aquel que la inventa, basándose en una experiencia personal, un suceso supuestamente real de un tercero o por mera creatividad imaginativa. Un proceso de creación literaria, al fin y al cabo. Aunque si bien puede tener estos tres origenes, curiosamente sólo suele hacerse alusión a uno. La mayoría de leyendas urbanas se empiezan a narrar como algo que le ha sucedido a un conocido de un amigo o algo por el estilo. Una relación mínima, que no involucra al narrador y con la que puede justificar la historia. Se cuenta algo que podría ser cierto y se cita alguien que puede entrar en la cadena de los seis grados de conexión, de Kevin Bacon, para que parezca real. Aunque si ese recurso se va repitiendo, cada vez será más falso, porque sólo el narrador primero podría decirlo siendo creíble. Es por eso que en inglés suelen conocerse como FOAF (friend of a friend tales). Recuerdo un chiste de Eugenio sobre el uso de la Viagra que se basa en ese principio, aunque lo ridiculiza al final. Pero como eso ya está muy visto, la aparición de los medios ha aportado algo nuevo: se busca la mayor implicación posible del receptor, principalmente reclamando su compasión. Todos hemos recibido algún correo en el que se dicen cosas como “si no lo reenvías a 20 personas, la pequeña Wendy morirá”. En ese momento, la persona que está frente a la pantalla del ordenador se apiada de la pobre Wendy, una niña de un pueblucho de Nebraska a la que no va a ver ni a través de la teoría del señor Bacon, y decide contestar al correo. Llamar la atención de la gente a partir de la misericordia tiene aquí un propósito distinto: conseguir direcciones de correo, mandar virus o sencillamente, burlarse de la gente. No es tanto algo para llenar el ego de gente insatisfecha, sino que se quiere sacar un mayor provecho que el simple hecho de parecer más interesante.

           Por último quisiera señalar que las leyendas urbanas reúnen, como tantas otras cosas, lo mejor y lo peor del ser humano. Lo mejor porque implican la habilidad imaginativa para desarrollar semejantes historias y el dominio de la retórica para narrarlas (al menos de inicio). Eso es fruto, al fin y al cabo, de la capacidad comunicativa, exclusiva del hombre. Es un ejemplo de cómo uno puede llegar a transmitir algo si intenta hacerlo bien, llegando a traspasar barreras comunicativas que parecen infranqueables, tales como el idioma o la distancia entre pueblos. Pero también abarca lo peor porque representa la necesidad patológica de mentir que tiene el ser humano. Si uno se para a pensar en la realidad de las cosas, se dará cuenta que buena parte de lo que le rodea es falso, pese a que muchos no quieran admitirlo por lo deprimente que supone. En ese sentido, la gente se cree una mentira y probablemente la convierte en un dogma. Con una afirmación así, la distancia entre leyenda urbana y religión parece hacerse mucho más corta. Recapitulemos: alguien crea una historia increíble para llamar la atención, la cuenta a unas personas, las atemoriza, la historia sigue extendiéndose y termina siendo una creencia común. Efectivamente, las religiones que todos conocemos son verdaderas leyendas, si bien no son urbanas por su considerable antigüedad. Matizo, las religiones son un conjunto de leyendas que acaban formando un ideario y un modus vivendi moral, a través de los cuales se consigue controlar las conductas de una sociedad. Al parecido con la religión hay que sumarle el que guarda con el tema de las supersticiones, esos hechos que se creen como místicamente capaces de influir en la vida de un ser humano y que por eso se establecen en la cultura popular, por miedo a que ocurran. Aunque las supersticiones son mucho más frecuentes que las leyendas urbanas y las religiones tienen más peso que las L.U., las tres consiguen frenar determinados impulsos y deseos del hombre, sean cuales sean.

          En conclusión, si alguien le dice conocer directamente una leyenda urbana, no se engañe, la verdad no está ahí fuera.

viernes, 3 de junio de 2011

Training Day, cuando a una historia ya existente le queda mucho jugo por dar

           Hace unos días estaba revisando la filmografía de Clint Eastwood para saber qué películas suyas me faltaban por ver. Fue así cómo supe de El desafío de las águilas, de carácter bélico y de otras dos mucho más acordes a la línea que siguieron sus personajes. La primera es Ciudad muy caliente, que le une en el papel protagonista con Burt Reynolds, en la que un detective y un policía se unen para acabar con los gángsters de la Chicago de los años 20. La segunda también le une a un actor reconocido. Se trata de El principiante (1990), con Charlie Sheen. Mi cineasta favorito junto al verdadero héroe del sueño americano tan crítico a su vez con la política estadounidense. No podía perderme eso. Se juntaban el hambre y las ganas de comer. Así que me senté a verla. Ya en la película, Poluvski (Eastwood) es un policía que pierde a su compañero en un tiroteo con unos ladrones de coches. Su sustituto será el joven rico y traumatizado David Ackerman (Charlie Sheen), en quien recae la figura del novato. Ambos se verán obligados a cooperar y adaptarse al compañero para lograr su propósito. Cuando terminó, pude sacar dos conclusiones: una es que Eastwood había hecho más buddy movies de las que yo creía (estas dos, Duro de pelar, Licencia para matar, Thunderbolt and Lightfoot, etc.). La otra, más importante, es que tuve la sensación de que ya había visto buena parte de esa película en otra. Había una que reunía buena parte de sus características.

           Estoy hablando de Training Day (Antoine Fuqua, 2001). El filme trata de un joven policía, Jake Hoyt (Ethan Hawke), que pretende acceder al departamento de narcotráfico de Los Ángeles. Para eso tendrá que pasar ese 'día de entrenamiento' -más bien examen- con Alonzo Harris (Denzel Washington), un agente tan reconocido como corrupto, cuyos métodos no harán más que sorprender al inocente novato, que dudará durante unas horas si es esa la vida de policía que buscaba. Pensar en The Rookie es algo inevitable. Supongo que el guionista tuvo que ver la película, porque el planteamiento inicial es prácticamente igual: el joven policía se despierta al lado de su pareja. Ackerman lo hace por una pesadilla que hace tiempo que arrastra, mientras que Hoyt está tan nervioso que se desvela un minuto antes de las cinco de la mañana, hora en que sonará su despertador. Pese a que ya eran policías antes de cambiar de cargo, los dos sufren constantes burlas sobre su inexperiencia, de Ackerman se reirán sus compañeros y mientras que a Hoyt las mofas le vendrán de su nuevo 'maestro', los mercenarios que tiene este y en especial de los delincuentes de las calles, siendo así muchos más constantes, pese a que se trata de un solo día. Del mismo modo, los dos debutantes se tendrán que adaptar sobre la marcha a los sorprendentes métodos de sus nuevos camaradas. Aunque también capaces de dejar a los expertos con la boca abierta, demostrando así sus credenciales: Ackerman domina como nadie la mecánica, sorprende a Pulovski parándole un puñetazo, pero más adelante conseguí llegar hasta él para salvarle, aunque el peligro había sido culpa de su miedo. Hoyt debe darle una paliza a dos drogadictos y es capaz de robarle la escopeta a su superior y apuntarle con firmeza. Pero la unión no va a ser la única relación entre las dos películas.

           Entre ambas existen diferencias notables por mucho que partan de una base argumental similar. Los novatos tienen motivaciones distintas en ese cambio de rumbo: Ackerman proviene de una familia rica que le podría facilitar todo lo que quisiera, pero se convierte en policía para huir de eso demostrando que es capaz de lo que se propone e intentar superar un trauma de infancia, la muerte de su hermano. Hoyt es un muchacho que no esconde sus pretensiones económicas y laborales al acceder a la prueba, quiere ser inspector y conseguir una casa como las de los peces gordos, pero también “liberar a su comunidad de las drogas peligrosas”. Es decir, por un lado tenemos un reto y por el otro, un compromiso. A su vez, sus respectivos jefes afrontarán el deber con unos métodos parecidos pero con intenciones distintas: Pulovski tiene esos recursos drásticos que caracterizaban a Harry el Sucio. Alonzo no se queda atrás y aprovecha su poder de intimidación más que las leyes policiales. Eso se verá en las pruebas a las que someterán a los rookies: Ackerman será carne de paliza en un bar de carretera y más adelante rozará la muerte. Hoyt descubre una violación en un callejón y debe detener a los dos abusadores sin que su compañero haga nada por ayudarle, aunque eso le salvará al haber salvado a la familiar de una banda de chicanos que está a punto de matarle. Sin embargo, los dos personajes se distinguen por su ética. Ante los actos de Pulovski uno no se para a pensar si son aceptables o no, sólo se cuestiona la forma con la que ha solucionado el problema. Por contra, Alonzo comete una acciones reprochables. Roba, extorsiona, asesina y traiciona... en beneficio propio. Su servicio gira entorno a sí mismo. Ante lo inapropiado de los actos de sus compañeros, los dos novatos tienen que rebelarse. Ackerman frente a lo poco ortodoxo de su socio, al igual que Hoyt, que además debe reaccionar ante los delitos de su superior.

           Los filmes se distinguen también por su ritmo narrativo: El Principiante ocurre durante unos días, no se sabe cuantos. Training Day sólo en uno. Eso afecta obviamente a la exposición de hechos. Así, es en la segunda donde se encadenan las escenas con más agilidad, porque la diferencia de tiempo entre la ficción y el formato de la cinta (unos 110 minutos) es más próxima. La ambientación tampoco se asemeja. En la primera se retratan lugares selectos, propios de la familia de Ackerman, y algunas calles y bares que podrían pertenecer a cualquier historia de Steven Seagal. Los malos son ladrones de coches y viven en palacios. La segunda es mucho más sórdida. Se recrea el ambiente de los barrios más desamparados de Los Ángeles. Traficantes, violadores, ladrones y drogadictos. La resolución final también comporta una distinción en el tipo de film. El Principiante es una buddy movie en toda regla porque dos hombres se entienden, cooperan y saldan sus problemas. Training Day no; aunque al principio trabajan juntos (¡qué remedio!), al final ambos policías se enfrentan porque son personalidades opuestas. Con todo, lo que logra el filme de Fuqua formulando de nuevo la base de The Rookie, es darle una vuelta de tuerca más y llevarlo a un terreno distinto. Dotada de un mayor realismo, la historia cobra mucho más valor porque plantea temas nuevos. Más allá de la realidad de las calles, Training Day muestra cómo la corrupción afecta a los hombres. Cuando el vecino de Alonzo le dice “todo el mundo se las arregla como puede”, la pregunta que se hace es “¿quién es realmente el criminal aquí?”. Ese dilema afectará a Hoyt durante todo el día, hasta que es capaz de señalar al verdadero culpable. Para ello, tiene que toparse con no una, sino dos traiciones de su jefe: culparle junto a sus secuaces de un crimen que no ha cometido y abandonarlo con la banda de chicanos. Es por eso que los negros del barrio de Alonzo protegerán al novato porque ha sido capaz de acabar con esa injusticia.

           Lo que hemos visto es un ejemplo de reformulación. Plantear de nuevo algo que ya existía pero para poder superarlo. Ocurría en el Conde Lucanor, que partía de algún exempla anterior y le cambiaba el carácter religioso por el político o cualquier otra combinación temática posible, que fuera mucho más próxima a su realidad. Se repetía en el Quijote, que desacreditaba la novela de caballerías pero sin dejar de serlo. Acababa con todos los libros de la tradición anterior, aunque salvaba al Tirant lo Blanc de la hoguera. ¿A qué se debía ese perdón? Pues porque no era una simple novela de caballerías, la sobrepasaba porque englobaba una variedad de temas y tipos narrativos bastante inusual. El Tirant era también narrativa amorosa, militar, costumbrista y psicológica. Eso mismo y mucho más presentaba el Quijote, novela satírica que vive entre dos mundos, realidad y ficción, con un conglomerado inabarcable de temas. Training Day consigue exactamente eso: empieza como una buddy movie pero a medida que avanza el filme rompe con ello y se convierte en una historia sobre la lealtad, la corrupción, el respeto a unos principios, no sólo por parte de los protagonistas, más bien del espectador, que ante las dudas de Hoyt, se verá sometido al debate, contrastado por inspector y agente, sobre la máxima maquiavelista de 'el fin justifica los medios'. Una dimensión ética desbordante. Tras ver Training Day, uno se adentra en el dilema de si realmente vale la pena hacer las cosas bien, si el que lleva una vida de fábula es Alonzo, un tío que lleva años siendo un verdadero cabronazo. No es un tema nuevo, está claro. Pero sí es una novedad plantearlo en algo tan próximo como el cuerpo policial. Se había visto en política (con el propio Maquiavelo) y en la religión (con Erasmo de Rotterdam), pero no enfocado en los cuerpos del estado. Estos 'cops' no son dos tipos distintos que deberían lidiar sus diferencias, más que nada porque se produce el enfrentamiento entre sus dos ideas: servir al pueblo primero o empezar por uno mismo. Si la respuesta es la segunda opción, en estos tiempos de apaleamientos públicos en las plazas, los métodos policiales contemporáneos quedan, por lo menos, en entredicho.

lunes, 25 de abril de 2011

Hoja de ruta hacia el cine de terror francés

           El cine de terror es algo tan antiguo como sobreexplotado. Partiendo de la premisa de provocar emociones fuertes en el espectador, la capacidad de reacción del público es mayor ante películas de este tipo. Siendo pues filmes que no dejan impasible al que lo acaba de ver, se puede entender mejor que el miedo haya sido uno de los temas estrella de la historia del cine. Muchos guionistas y productores habrán encontrado un filón en este género tan experto en hacer saltar a uno de su asiento. Sin embargo, como en toda corriente artística, cuando alguna obra es un gran éxito, se establece una serie de patrones, que se convierten en la fórmula a seguir. Podría ser el caso de Scream o Sé lo que hicisteis el último verano, que sentaron las bases actuales para buena parte del cine de terror posterior al haber reunido con maestría lo mejor de las anteriores tendencias. Así que durante los siguiente años, hasta ahora, esta clase de películas ha seguido un camino más bien parecido y poco original, que tampoco ha podido escapar de la trampa de las secuelas y remakes, ahora que se estrena Scream 4.

           Por suerte, en el arte siempre hay 'algo nuevo bajo el sol'. Y de eso se encargó el cine de terror asiático. Con la aparición de Ringu, de Hideo Nakata y con una ambientación muy estremecedora, se abrió la veda del horror en el lejano oriente. Películas como Battle Royale, de Takeshi Kitano, Audition y Llamada Perdida, ambas de Takeshi Miike, o Dark Water, del propio Nakata, son algunos de los títulos que tuvieron más éxito. Se trata de obras que destacan por su brutal violencia, siendo Battle Royale la máxima expresión, o bien, por su asfixiante clima de tensión y motivos sobrenaturales, como Ringu o Dark Water. Esa corriente se extendió por toda Asia y con ello, esa nueva manera de hacer acabó llegando a EEUU. Lo hizo mediante la exitosa Saw, de James Wan, que aunaba la intriga policíaca y el asesino en serie moralizante y cargado de razones de Seven, la carga de violencia de Audition o Battle Royale y una atmósfera angustiosa, para rematarlo con un final absolutamente apoteósico. Ese nuevo sentido que se le da a la violencia y al miedo dio lugar a una serie de películas que querían ir más allá. Lo sorprendente es que esas pretensiones no se instalaron precisamente en EEUU, que sólo vio nacer las secuelas de Saw y la insulsa Hostel. El cine más salvaje fue a parar directamente a Francia (y por extensión, a Bélgica y Canadá, pero siempre en lengua francesa).

           El camino que siguió este nuevo tipo de cine no se ciñe estrictamente a lo que se acaba de decir. Hubo otra vía por la que se introdujo ese 'comment faire'. Para verla, hay que remontarse a la ópera prima de Gaspar Noé, Seul contre tous (1998). El protagonista es un ex-carnicero que se ve atrapado en una espiral sin salida y que le obliga a anteponer su propia moral a la de la sociedad. Lo más novedoso del filme es su sordidez y su crudeza, en un ambiente sombrío y lleno de agresiones. Tanto es así que antes de las escenas finales, se produce un aviso al espectador para que pueda abandonar la sala. A este film, le siguió cuatro años más tarde, Irreversible, también de Noé, que se dio a conocer principalmente por continuar con el carácter de su antecesora, destacando una escena de violación de unos ocho minutos que fue muy polémica. Pero eso no fue nada en comparación a la salvaje Haute Tension (2003), de Alexandre Aja: 91 minutos de verdadero terror con unos asesinatos llenos de brutalidad. Aunque el filme recogía técnicas tan trilladas como los strings de violín a todo volumen en los momentos más tensos, también supuso una revolución por lo visual en unas muertes tan atroces. Además lo explícito de lo más monstruoso se unió a una angustia extrema, como anuncia el título, que dura casi tanto como el propio metraje. Con Haute Tension se abrió la caja de Pandora para una nueva oleada de películas cargadas de una crudeza y un estrés insospechados en el cine hasta entonces. Las emociones humanas llevadas al límite. Terror llevado al extremo. Es así como aparecieron Calvaire (2004), À l'intérieur (2007), Martyrs (2008) o Les 7 jours du Talion (2010). Películas que llevan los temores del hombre hasta el tope. Exaltan lo más traumático del alma humana y destapan las peores pasiones. Verlas puede llegar a ser algo muy perturbador. Es una clase de cine que conmociona y que, sin duda, no deja indiferente. Otra cosa es que guste o no, que se considere que sobrepasa la ética establecida o no. Yo no voy a engañar a nadie. A mí me ha cautivado.

           PD: Muy pronto hablaré con más detalle de Martyrs, À l'intérieur y alguna más.

martes, 19 de abril de 2011

La escritura en mi vida: escribir es salud

          En estos tiempos de pérdida de costumbres en pro del progreso, uno debe preguntarse si vale la pena la eliminación de esas cosas que se han hecho durante siglos y siglos, sin que les fuera nada mal. No me refiero a la pérdida de valores y ética que vemos a diario por culpa del canibalismo económico. Hablo de la desaparición de unas acciones que han sido muy útiles a lo largo de la historia y que no tienen repuesto posible. A mí me preocupa una en especial, la escritura. No nos engañemos, la gente ya no escribe. Hace una década la gente aún se trabajaba cartas para mandarlas a los conocidos en las fiestas. Luego llegaron los SMS. Ahora tenemos las proyecciones de Powerpoint que se van reenviando por email. Claro que siguen existiendo los periódicos -aunque las fotos, la publicidad e incluso los pasatiempos van ganando terreno-, la literatura y los blogs. Pero son formatos que parecen ir en desuso. La prensa escrita en papel decae porque la versión virtual, además de ser gratis, incorpora archivos multimedia para completar las informaciones. La literatura no parece recibir el apoyo suficiente y su consumo parece destinado al Día del Libro. Sobre los blogs, hace apenas dos meses que me he incorporado a esta dimensión y todavía no me he consolidado como usuario habitual. Los que sí lo son a menudo pertenecen también al mundo de la prensa o de la política y sus blogs sirven de complemento a sus noticias o a sus decisiones.
           Esa decadencia no es gratuita. Como decía antes, tiene su razón de ser en la vanguardia tecnológica. Aunque la menor escritura de nuestros días conlleva una serie de circunstancias a tener en cuenta. Entre la aparición de los teléfonos móviles primero, de los programas de mensajería instantánea (los messenger) después y finalmente, de las redes sociales, la reducción de la envergadura del mensaje es notoria. Lo expresado ha ido ocupando cada vez menos líneas. El problema es que con menos palabras no podemos llegar fácilmente a lo que se pretende expresar con más. Así que toca dejarse algo en el camino. Por eso el mensaje debe ser más conciso y esa concesión impide, a su vez, que el escrito pueda incorporar algún tipo de reflexión o que trate de un tema complejo. Pretender hablar de Darwin, física cuántica o política internacional en solo dos líneas es minimizar las ideas. Por eso se acaba cayendo en la banalización. Pero también en la trivialidad, porque como no se puede hablar de temas más serios e importantes, uno termina por hablar de chorradas. Eso, a fin de cuentas, es un lento y disimulado proceso de desculturalización que crea una barrera entre el ciudadano y la cultura que va mucho más allá de la ley Sinde.
           Parece mentira este desuso de la escritura. Yo no podría vivir sin ella. Estaba leyendo Rinconete y Cortadillo, de Cervantes, cuando apareció esa perífrasis verbal que se repetía en el Quijote, olvidábaseme de decir, y tuve la idea de crear este artículo, porque me recordó uno de los grandes valores que ha tenido la escritura, ser un sucedáneo de la memoria. Ya en Mesopotamia, cuando se creó el primer sistema de representación gráfica (no importa si se trataba de un alfabeto o de pictogramas, como en el antiguo Egipto), su función fue el apoyo mercantil; la escritura ayudaba al recuento de unidades en las transacciones. Mis primeros recuerdos con las 'letritas' son con esa misma finalidad, recordar: aún puedo ver cuando empecé a encargarme de hacer la compra con siete años y mi madre me preparaba la lista para no dejarme nada. La verdad es que tuve que aguantar muchas bromas sobre el papelito, aunque en la carnicería dejaron de decirlas cuando contesté un << seguro que tu hija no sirve ni para comprar >> cuando tenía unos nueve, creo. Es más, ahora con 23 sigo andando con la nota en el bolsillo cada vez que me toca ir a mí. Pero es que eso se acabó extendiendo a muchas otras cosas. El orden de estudio de una asignatura, me lo anoto. En frente de un examen, apuntados quedan los temas a exponer antes de escribir el nombre. Pero donde más notas acumulo es en el tema de las ideas: cada vez que se ocurre algo nuevo, lo escribo para que no se escape. Es algo así como la cartera de Jackie Chan, en la que hay dos o tres dólares pero un fajo de apuntes con nuevas escenas de inestimable valor. Para estas cosas más bien metódicas, soy así de obsesivo. La verdad es que siempre me ha hecho falta.
           Pero no sólo de intentar evitar la falta de memoria vive el hombre. Está claro que en el ser humano hay un miedo al olvido, de ahí que algunos usen la escritura para auto-reivindicarse (léase graffiti). Pero por suerte, la escritura aporta muchísimo más de lo que uno puede pensar. Como consecuencia de ese soporte a la memoria, escribir ayuda a desarrollar ideas, conceptos y reflexiones. Nuestra capacidad de recuerdo es limitada, pero el texto no, por eso con un código escrito se pueden ampliar y concluir los juicios y las opiniones que tengamos. Del mismo modo, escribir implica la necesidad de una mayor reflexión sobre la lengua, porque es necesario encontrar los vocablos adecuados para expresar algo preciso y concreto. Aunque es precisamente buscando esos términos cuando uno se da cuenta de lo que realmente quiere expresar. Un mayor dominio del lenguaje y de su codificación permite acceder al conocimiento con más facilidad. La escritura crea ideas. Ese control del código posibilita que se pueda experimentar con él, dando así lugar a la literatura. Ese jugueteo es una diversión. Un gozo intelectual para el que elabora su propio lenguaje. Un placer aparentemente privado, porque además de eso, la palabra debe rebotar como la piedra lanzada en el mar, tal y como dijo Larra, porque la finalidad de la escritura es también comunicativa. Se escribe para que alguien lo lea. Incluso aquella gente que escribe su diario privado sabe que algún día eso lo va a leer otra persona. Por todo esto es por lo que me expreso en un blog y no en Youtube, aunque todavía no tengo muchos adeptos por aquí. Para no dejarme cosas en el tintero, las expreso por escrito para sacarles más jugo y dejarlas más presentables, así será más fácil compartirlas.
           PD: Algún día hablaré del efecto de esta causa, la literatura.

lunes, 11 de abril de 2011

“¿QUÉ PASÓ CUANDO NORA DEJÓ A SU MARIDO?”, RADIOGRAFÍA DE UN SPIN-OFF

            Antes de nada, debo disculparme por mi larga ausencia. En otras cosas, dejé de escribir sobre temas porque estuve concentrado en una monografía para la Universidad. Se trataba de un estudio sobre la mujer en Cien años de soledad, que ha sido también el tiempo estimado de duración. Pero mientras lo terminaba ocurrió algo que me motivó a escribir aquí de nuevo. Estaba en la biblioteca del pueblo con ese trabajo y cuando fui a dejar el libro de García Márquez que había consultado vi en el estante de enfrente un libro con una joven dando un brinco en la portada. Lo cogí y vi el título, ¿Qué pasó cuando Nora dejó a su marido? “Este nombre me suena”, pensé yo. “¿Nora?” “¿Quién era Nora?” “¡Ay va! Era la protagonista de Casa de muñecas de Ibsen”. ¿Pero es que alguien había continuado con su obra? No me creía lo que estaba viendo, una supuesta segunda parte de una de las obras culminantes de la dramaturgia del siglo XIX y por parte de otro autor, en este caso la austriaca Elfriede Jelinek, premio Nobel de Literatura en 2004. Me vi obligado a cogerlo en préstamo.
            Casa de Muñecas trata la relación de Nora con su entorno. Su vida aparentemente feliz con su matrimonio, sus dos hijos y sus caprichos de la vida capitalista. No hay más entorno para Nora. Su marido, el banquero Torvald Helmer, la ha hecho propiedad suya y parece más su padre que su esposo. Nora depende de él. Hasta que asume el engaño en el que ha estado viviendo siempre y decide romper con la opresión matrimonial y se aleja también de sus hijos, porque para ser madre debe conocerse primero a sí misma. La mujer deja de ser una muñeca para el hombre. Con esta base da comienzo esta novela a modo de segunda parte. Aunque ¿se la puede considerar así realmente? Si bien es cierto que partimos del mismo personaje central, la situación de Nora es muy distinta: de esposa y esposada, pero con la vida solucionada, pasa a tener que empezar de cero y ganarse las habichuelas ella sola.
Así que ahora la heroína se ve obligada a formar parte de una fábrica si quiere sobrevivir. Aunque desde el principio no se siente a gusto en su nueva posición. No se acostumbra a las máquinas, del mismo modo que sus compañeras de trabajo no logran comprender como pudo abandonar a su familia. Sin embargo, conoce nuevamente el amor al toparse con el empresario Weygang, de quien se enamora al instante, admirando en especial su inteligencia. Se trata de un verdadero esclavo del capitalismo, que no sabe vivir sin ese ansia por el dinero. Por eso pretende dar uno de esos 'pelotazos' immobiliarios que tanto proliferaron durante el último lustro. Se trata de lograr el beneplácito de un banco y ahí es donde Weygang usa a Nora para convencer a su ex marido. Con ello, tiran la vieja fábrica y así podrán edificar de nuevo. El acierto de Weyagng es un error para el banco, por eso Helmer es despedido. Sin embargo, la cada vez más embarazosa Nora no se verá recompensada como querría: Weygang, harto de ella, le promete pagarle una tienda de ropa si le abandona para siempre. La obra acaba con el ex banquero y la ex liberada otra vez juntos.
Lo que ocurrió para la creación del segundo drama es que se extrajo un personaje de un plato muy suculento para introducirlo en un menú distinto. Así que más que una secuela, lo que me pareció la obra de Jelinek es un Spin-off en toda regla. Para empezar, lo que era inicialmente un drama existencial y feminista, presenta ahora algunos temas más: cuando Nora no se reconoce frente a las máquinas y más tarde, al contagiar a sus compañeras de su sentimiento contra el instrumento de trabajo, nos encontramos con la alienación del mundo laboral y el ludismo, respectivamente. Eso también conlleva nihilismo al igual que el matrimonio de la primera obra. Temporalmente existe una distancia imposible entre ambas obras: la segunda retoma el hilo de la primera inmediatamente después del final, sin embargo se sitúan en épocas diferentes, porque la obra de Ibsen fue escrita en 1879 y en la de Jelinek, Nora se encuentra en la época inicial de Hitler en el gobierno de Alemania. Ibsen, fallecido en 1906, no pudo imaginar el nacimiento del nazismo 50 años antes. Se produce así una fragmentación de la tiempo interno entre obras, que sin embargo no desentona con el segundo drama porque sigue sin romper la verosimilitud. Lo mismo ocurre con el espacio: ahora nos encontramos en Alemania, pero ¿y antes? ¿Si Nora no salía de la habitación hasta el final, cómo sabemos que eso era Alemania? No lo sabemos, por eso Jelinek puede situar su obra donde le plazca, porque como Casa de Muñecas carece de toponimia, su secuela no debe ceñirse a ella. Así que, situarla en Noruega, Alemania o Gran Bretaña era casi aleatorio, porque tampoco es que sean países que disten mucho socialmente. La elección de Alemania era porque tenía la ideología política que más marcó el devenir de Europa en el siglo XX.
Por otro lado también están las costumbres que rodean a Nora, porque al salir de la casa, se despliega un abanico de hábitos que antes no podía conocer. Si bien la madre a la fuga ya tenía en el baile una forma de satisfacción para su marido, lo seguirá haciendo con Weygang, pero esta vez irá mucho más allá: por tal de gustar a su nueva pareja, se verá obligada a dar placer a su ex marido, pero no precisamente sexual, sino sadista. Ella debe azotarle cada vez con más fuerza mientras gime de placer y dolor. Que, dicho sea de paso, debe ser curioso descubrir a estas alturas que tu ex marido disfruta con ese tipo de prácticas. Una vez se quede sin trabajo, el sórdido camino que ha tomado la vida de Nora sólo podrá desembocar en la prostitución. La madre que abandonó a los hijos para encontrarse a sí misma acaba formando parte de un burdel. Con ello, se cierra el ciclo vital de Nora: de mujer sometida pasa a ser libre y de la libertad pasa de nuevo a la sumisión al hombre. Con esas, Jelinek parece castigar a la heroína por mucho que el texto tenga mucho de feminista. La mujer pretendió liberarse alejándose del hombre, pero acaba siendo igualmente la muñeca de otro. El tiro le salió por la culata. Quiso ser ella y trabajar con las manos, pero al final tuvo que usar todo su cuerpo.
Aunque el mayor logro de la obra es su intertextualidad. No sólo se trata de una continuación de un clásico de la literatura universal, también es un homenaje a esta. Por eso se producen varias referencias al texto de Ibsen. Cuando Nora le dice su nombre a Weygang, él contesta “¿cómo en Casa de muñecas, de Ibsen?” Eso descoloca al lector, que ve que se están burlando de él. Aunque algo así es lo que había Miguel de Unamuno en Niebla, cuando el protagonista se enfrentaba al propio autor, que se insertaba a sí mismo en el relato. Así una obra de ficción real (Casa de muñecas, en este caso) pasa a formar parte de una nueva ficción, de manera también parecida a los dos libros del Quijote. Pero aquí no acaba la intertextualidad, porque la obra también homenajea a otro drama de Ibsen, Las columnas de la sociedad, que también se anuncia en el título. No sólo se cita más de una vez, sino que además desarrolla buena parte de sus temas, como la fiebre capitalista, la búsqueda de la propia identidad, el nihilismo e incluso, la belleza.
De esta manera, Jelinek crea el efecto de spin-off que tanto vemos en nuestros días. Bueno, lo crea y lo sobrepasa. ¿Alguien se imagina a Joey, en su serie como protagonista, respondiendo “sí, yo soy el de Friends”? ¿O a Aída haciendo referencia a 7 vidas? No parece verosímil, pero Jelinek lo hizo y sí fue creíble. Tanto es así, que se permite hacer un cross-over con otra obra del autor del que está versionando el drama. Aquí se funden dos textos de Ibsen, con todos sus temas. Este juego ya es más complejo. Que hiciera una nueva historia derivada de un clásico, es algo más o menos normal. Pero que a esa obra derivada se añada otra del mismo dramaturgo es muy sorprendente. La inserción de Las columnas de la sociedad implica a su vez, la inserción de un cross-over dentro de un spin-off. El juego literario ha sido asombroso. Y eso ya es bastante menos posible en el mundo audiovisual. El cross-over ha tenido ya muchos intentos en el cine, con poco éxito, y en el cómic, donde quizás parece encajar mejor. El spin-off los ha tenido en las series de televisión. Pero la complejidad y el valor que le da Jelinek dan la sensación de estar lejos del alcance de los guionistas actuales, asediados por la guerra de audiencias. Por eso recomiendo Qué pasó cuando Nora dejó a su marido, en esta época de escasez creativa, en la que los procesos de imaginación consisten en distintas técnicas de reciclaje con nombres, todas ellas, en inglés.

viernes, 4 de marzo de 2011

La vigencia de lo antiguo

         Se dice con frecuencia que vivimos en un mundo lleno de cambios, sometido a constantes alteraciones en lo que creemos habitual. Pero, ¿de verdad estamos en una realidad tan fluctuante? ¿Hasta qué punto son esos cambios tales transformaciones de la realidad? Esto nos lleva al debate clásico entre Heráclito y Parménides. Ya lo saben ustedes: el primero defendía que 'todo cambia, nada permanece', mientras que el segundo se escudaba en aquello de que 'un río es siempre el mismo río'. Obviamente, ambos llevan parte de razón. Tal es así, que pienso que hay que unir ambas ideas para lograr la más idónea. Es evidente que el agua del río siempre será distinta; si se tomaran muestras en dos momentos distintos, probablemente la composición química sería diferente -poco o mucho-. Pero no por ello podemos decir que el Ebro es Ebro hoy, pero mañana ya no (trasvases a un lado). Ese río seguirá siendo el Ebro, tenga más o menos sodio, potasio o incluso residuos en sus entrañas. Sería imposible vivir en la lógica de Heráclito, no existiría la realidad conocida ni tan siquiera la posibilidad de conocerla. Por lo tanto, debemos establecer esa convicción de que los objetos de la realidad sigue siendo ellos mismos pese a los constantes cambios, a no ser que algo se transforme por completo.

         Dicho esto, las alteraciones de la realidad de nuestros días son tan leves que no podemos decir que vivimos en un mundo cambiante. Una cosa es que nos martilleen con las supuestas ventajas del desarrollo tecnológico y otra muy distinta, afirmar que la realidad cambia. Dejad de engañaros. Todo sigue igual. Después de la Transición Democrática, España sigue siendo la de los 70 y 80, con ropas más bonitas, eso sí. Una prueba de ello es una de mis últimas lecturas, Zzzzzzzz..., de Quim Monzó, editado por Quaderns Crema en el 87, año en que nací. Se trata de una recopilación de los artículos que escribió en la prensa condal entre 1984 y 1987. Lo más sorprendente del conjunto es la continua sensación de ''ya te digo'' que se le queda a uno tras la lectura de cada artículo. Tienen más de 23 años pero siguen siendo muy fieles a la realidad: la de los ochenta y la de ahora, porque son la misma. Parece que hablar de cosas con más de dos décadas de antigüedad no tiene valor en nuestros días, pero si fuera así la mayoría de las obras de arte que conocemos deberían parecernos obsoletas, como la Gioconda, el Quijote o Sin Perdon, de Eastwood, por pertenecer a una época anterior o dar constancia de situaciones de tiempos pasados.
        He aquí la clave del conjunto de artículos. El paso del tiempo no sólo no le ha restado ni un ápice de razón sino que ha consolidado su certeza, adquiriendo así un valor bastante más universal, por mucho que a menudo se hace referencia a temas relativos solamente a Barcelona. Uno de ellos es Superultraautentiquíssim, que habla de las mutaciones que sufre el habla de la gente: durante un tiempo se usa una expresión hasta que queda anticuada y se pasa a otra. Amb solta me pareció interesante porque en él Monzó defiende jugar con el nombre de las calles en función de lo que haya en ellas. Model de carta al director es una burla a sus críticos, presentando un formulario de renuncia a la suscripción al diario Avui. Aunque seguramente el que parece más fiel a nuestros días es Tornem-hi, que comenta la eterna rivalidad entre las ciudades de Madrid y Barcelona. Si el tema obliga a meter el dedo en la llaga, nada mejor que la ironía y la acidez que siempre ha usado Monzó. Todavía aún. Y muy bien por cierto.

domingo, 20 de febrero de 2011

El cine y yo

      Según Wikipedia (que es a quien consultamos todos a diario para una cosa u otra), el cine es la técnica de proyectar fotogramasde forma rápida y sucesiva para crear la impresión de movimiento, mostrando algún vídeo de mayor o menor duración. Como forma de narrar historias o acontecimientos, el cine es un arte, y comúnmente, considerando las seis artes del mundo clásico, se lo denomina séptimo arte. En mi opinión, siendo un arte tan sumamente nuevo y atado a la evolución tecnológica del último siglo, creo es básicamente la aspiración máxima del arte para la mayoría de los mortales, en detrimento de la literatura, la pintura y la escultura. La capacidad de englobar distintos tipos de arte en un formato elevan el cine a otra esfera, en la que solamente puede competir, pienso, con la música, que no podría superar jamás porque nunca quedará obsoleta.
      Por mucho que sea ese súmmum del arte, aglutinando todo lo anterior y capaz de adaptarse a las vanguardias técnicas, mi relación más o menos seria con él se ha hecho esperar muchísimo. Con 10 años empecé a escuchar rap y en esas sigo, aunque he ido descubriendo otros géneros con los años. En la lectura entré también en esa época de final de primaria, con los relatos de El Pequeño Vampiro, de Angela Sommer-Bodenburg (si no recuerdo mal). Para la pintura tardé un poco más, pero no tanto como con el cine. Pasarme dos horas frente a la pantalla, tan solo mirando y escuchando, me parecía un verdadero suplicio. Una eterna espera hasta el final del filme, para saber el desenlace. Me provocaba una pereza enorme. El hecho de que el cine se proyecte sobre una pantalla me remite al Mito de la Caverna, porque es el súmmum del arte, sí, pero también el que te deja más atolondrado. De hecho, Hollywood se ha convertido en la principal plataforma de difusión ideológica del American Way of life.
      Este recelo por el cine, que a menudo perece que mantengo, me duró hasta principios de 2009. La clave fue ver Gran Torino, del maestro Eastwood. Esa obra me dejó tan marcado que me vi obligado a seguir más de cerca la trayectoria del auténtico Rey de los Westerns. Seguramente fue eso lo que más me llamó la atención, porque la gente tiende a recordar sus vaqueros y sus pistoleros, pero no sus dramas más profundos. Así que me chupé su trayectoria entera: desde sus pelis más casposas hasta sus obras maestras -confieso una debilidad absoluta por Cazador blanco, Corazón negro-. Mi curiosa por el cine se extendió a otros géneros, en especial por un que siempre me gustó ya desde pequeño, el terror. Empecé a ver clásicos del terror como las 7 películas de Pesadilla en Elm Street (bueno, las volví a ver, más bien), Scream, Sé lo que hicisteis, Seven... También me inicié en el terror de zombies, hasta el punto de haber asistido al Festival de Sitges en 2010 los dos sábados del certamen. Tras ello llegaron el cine de terror francés, del que hablaré otro día, y otras películas que veo por el placer de verlas (la última, anteayer, fue Amélie).
      Quiero decir con eso que mi actitud frente a la pantalla ha cambiado radicalmente, de hecho, creo que no sería capaz de ver una peli de palomitas y refresco ahora mismo. Intento fijarme en los detalles de fotografía, encuadre y música, entre otras cosas. Por contra, sigo siendo incapaz de decir que un actor es bueno o no. Es más, me parece un trabajo tan complejo que me indigna la facilidad con la que Fulano o Mengano dictaminan la calidad interpretativa de alguien. Del mismo modo que me asquea toda esa horda de gente que devora cine por ansia. Deben ver la mayor cantidad de películas posible, ya sea por decir <> o por poder votarla en la Filmaffinity de turno. Ver cine, como disfrutar de cualquier arte, asistir a un festival o acostarse con una mujer, no debería servir para fardar. Si ves la película se supone que es porque te atrae y no para hacerse atractivo uno mismo para los demás. Creo que el disfrute de la obra es un acto íntimo y profundo -si la peli vale la pena, claro-. Es una idea que arrastro ya desde mi vocación lectora y de mi gusto por cosas que causan rechazo en los demás, como el rap antes mencionado o mi equipo de fútbol (sí, soy del Madrid). He vivido siempre con una serie de gozos que no he podido compartir y me parece que he convertido el cine en eso, algo que puedo disfrutar solo y que normalmente debe ser así para lograr un mayor provecho.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Carta de Presentación Académica

       En uno de los revolcones que mi padre tenía (y que supongo que aún sigue teniendo) con mi madre, olvidaron el látex y el espermatozoide llegó al óvulo. Así nueves meses después, en octubre del 87 aparecí yo, como quien no quiere la cosa, al igual que tantas otras vidas. Mi infancia también transcurrió de un modo parecido al de los demás críos: de la cama al cole, del cole al fútbol, del fútbol a la cena y de la cena a la cama. Las pocas diferencias que creo que tenía son una cierta fobia social y algo más de ganas de sacar algún provecho del colegio. Cuando con doce llegué al instituto, logré concretar más en ese provecho, que se centró en lo académico y no en lo didáctico, como la mayoría de adolescentes en Secundaria, vaya. No fue hasta la llegada a la universidad cuando realmente creí estudiar algo interesante. Pese a llevar un buen ritmo con el plan de estudios, en esas sigo, intentando acabar una carrera que ya de por sí es eterna. A esa breve descripción cronológica, añadiré que me llamo Marc, nací en un pueblo en la costa de Girona, curso quinto de las Filologías Hispánica y Catalana, y que me gusta el fútbol en especial y el deporte en general, la música, la literatura, el cine y alguna otra forma de arte.

       Como descripción académica la mía funciona bastante bien, pero como todo lo académico desprende siempre un aroma a rancio que echa para atrás, yo no podía contentarme con esto. Es evidente que todos tenemos unos rasgos comunes en lo social, básicamente porque todos pasamos por los mismos aros. Todos llevamos esa descripción académica bajo el brazo, que no es más que la imagen adulta del molesto traje de los domingos que nos tocaba para ir a catequesis. Quiero mostrar una imagen distinta de mí pero no puedo, porque se requiere esa versión estándar para ser presentable

      Hablaba de rasgos comunes. Pero también deben existir otros rasgos, los distintivos. Algo debe haber que nos diferencie y no precisamente el código del DNI, una de las banderas de alienación que el hombre actual agita como si fuera símbolo de libertad. Me repulsa la idea no ya de clonación sino de fotocopia humana. Me parece necesario reivindicar la existencia única y sobre todo, distinta del ser humano. Con ese propósito empieza mi blog, que he titulado Mi cara B, porque estoy bastante harto de que siempre que se coge el boli Bic para rebobinar sea para volver a oír esa musiquilla barata y convencional. Yo quiero que oigáis mi batería, mi solo de guitarra y mi grito desgarrador. Bienvenidos al Heavy Metal de mi vida.