miércoles, 14 de septiembre de 2011

Futbolistas, la diana perfecta

           Siempre me ha llamado la atención la figura del 'cabeza de turco'. Crear una historia que convierta en culpable a alguien que pasaba por allí, para que sea motivo de bochorno e indignación para todos los demás. Al sujeto en cuestión lo que espera es algo así como 'el minuto de odio' de 1984, la novela de Orwell. No hace falta ir a ese futuro apocalíptico del relato para encontrar personajes que se ven sometidos a eso. En los informativos vemos constantes noticias parecidas a la de la madre que inyectaba votox a su hija pequeña o la del joven que murió tras masturbarse 42 veces. Esas noticias son las que provocan reacciones como "el mundo está fatal", "la gente se vuelve loca". Les doy la razón, el planeta está perdiendo el norte. Antes no se emitían barbaridades así. Mejor dicho, antes no se inventaban paparruchas de esta índole, probablemente falsas e imposibles de verificar. No me sorprende que esas noticias sean las más comentadas, porque lo demás no tiene interés alguno. Si se muestra a un culpable, la gente clamará venganza con antorchas, piedras y crucifijos. Aunque quizás el crimen no va con ellos. Y las verdaderas atrocidades quedarán escondidas en un segundo plano.

           Tras las huelgas de futbolistas que se han producido en Italia y España, esa es la idea que se ha instalado en mi cabeza. Especialmente por la del país transalpino. Mientras aquí la huelga se debía a la acumulación de futbolistas que no cobraban su sueldo desde hacía meses y el amparo creado para los clubes morosos conocido como Ley Concursal, en Italia el asunto era más complejo y seguramente no tan noble: el gobierno de Berlusconi planea establecer un impuesto de solidaridad con el que las rentas superiores a 90.000 euros deberán pagar un 5% adicional y las que superen los 150.000, abonarían el 10%. El futbolista profesional italiano difícilmente tendrá un sueldo inferior al mencionado, así que tratándose de algo que afecta a todo el gremio, los 'calciatori' decidieron agarrarse a su derecho de huelga. El aluvión de críticas no se hizo esperar. Que si no deben pasar el mes con un sueldo de 1.000 euros, que si no se levantan a las seis de la mañana para ir al trabajo, que si viven demasiado de lujo para permitirse una protesta así cuando la situación del país es tan crítica. Lo de siempre, vaya.

           Es muy fácil apuntar al rico que te aparece en televisión cuando las cosas no van bien. Uno se puede quedar bien a gusto señalando al que tiene un empleo mucho menos duro y tan bien remunerado. Sí, el futbolista profesional cobra mucho. El de élite, probablemente demasiado. Estoy de acuerdo con aquellos que opinan que con la tremenda crisis que vivimos o la cantidad de pobres que hay en el planeta, es una atrocidad que unos cuantos ganen tanto por 'tan poco'. Aunque hay que precisar dos cosas. La primera es que una cosa no tiene nada que ver con la otra. Esa gente que se indigna con los sueldos de los jugadores olvida que no se trata del jornal de un político o cualquier otro funcionario. Lo que cobra un futbolista es dinero privado, proviene de una determinada empresa -el club para el que juega-. Lo que ganan los diputados sí proviene de las arcas del Estado. Es dinero público, por lo que les pagamos entre todos. A un futbolista le paga una empresa privada, que como tal, tiene derecho a invertir su dinero como le plazca, sin saltarse leyes ni contratos. Por eso es injusto que alguien proteste por el sueldo de un futbolista escudándose en las desigualdades del Mundo.

          La segunda es que el objetivo de las críticas es como siempre lo más mediático, la cabeza más visible. Ahí es donde uno señala a Cristiano Ronaldo, Messi, Agüero o Kaká. Muchos deben creer que por jugar a fútbol en un club grande se ganan por lo menos 10 millones netos al año. Pero nadie parece darse cuenta de que este selecto grupo de multimillonarios son sólo la punta del iceberg. Y esa es precisamente la imagen, porque la distribución de las ganancias es algo más bien piramidal. En función del equipo en el que juegue y del rol que ocupe en él, el deportista ganará más o menos dinero, porque además de sus logros, le llegarán los ingresos por publicidad. Aunque el camino hasta llegar al Olimpo nunca es fácil: Desde niño, el futbolista ha debido entrenar cinco días a la semana para poder ganarse el puesto para jugar el sábado. A esa constancia infatigable que parte su infancia por la mitad, hay que sumar el desarrollo técnico y táctico que se les va exigiendo, la exigencia incesante de los resultados y el criterio necesario para tomar las decisiones acertadas acerca de los traspasos y contratos en una edad poco apropiada para hacerlo. O lo que es lo mismo, el futbolista se lo tiene que ganar desde muy pronto.

           Pese a esos requisitos de tan larga duración, la mayoría seguirá creyendo que la profesión es demasiado grata, porque se trata de un trabajo más leve y mucho mejor recompensado que el de los demás. Pero otra diferencia con un empleo normal es el hecho de que todo el mundo sepa cuanto ingresa el futbolista a final de mes. Personalmente, me molesta muchísimo que me pregunten lo que gano -cuando trabajo-, es algo muy indiscreto. Pues el caso del futbolista es incluso peor, porque no sólo se publica su paga, sino que parece que el público tiene la obligación de saberla. Todo eso cuando, repito, no son trabajadores del Estado. Es decir, el respetable sabe algo que no debería saber. Pero ignora algo que sí debería conocer sobre los sueldos de los futbolistas antes de hacer números: a un profesional Hacienda le retiene un 44% de sus ganancias. Algo de lo que hasta hace poco se salvaban los extranjeros, que sólo perdían el 27%, gracias a la denominada Ley Beckham. Al conocer esto, muchos reaccionan con un ''el 44% de seis millones le deja con 3,5 millones todavía''. Sí claro, pero por el camino alguien ha perdido dos millones y medio. Y eso, me parece a mí, le duele a cualquiera.

           Como decía en el tercer párrafo, para la mayoría es algo realmente ingrato que los futbolistas ingresen tanto (ya hemos visto que algo menos) por un trabajo así. Lo que hacen es algo que carece de relevancia, pero curiosamente, en cualquier bar hay alguien hablando del gol de mengano, del fallo de fulano o del penalti no pitado. Es decir, es una actividad intrascendente pero da que hablar. Muchos de esos hipócritas que dicen que ''sólo se trata de 22 tíos detrás de un balón'' son los cobardes que charlan con frecuencia sobre fútbol. Ni decir queda que también son los aprovechados que acudirán al fiestón en la fuente de su ciudad cuando su (¿?) equipo gane algún título. Los futbolistas “sólo” dan patadas a un balón pero tú comentas, evalúas y sentencias su trabajo. “Sólo” persiguen un trozo de cuero, pero hay millones de personas pendientes de ese objeto. “Sólo” trabajan para meter goles, que son los que te tienen frente al televisor para poder salir a la calle en los partidos grandes. Se produce así una contradicción terrible al encasillar el fútbol como algo banal, insignificante y absurdo, pero aprovecharse de él para encajar socialmente. Parece evidente que el fútbol es algo más que eso.

           Como personajes mediáticos que son, los futbolistas pasan por toda clase de juicios sensacionalistas y se examina con lupa todo lo que hacen. Deben soportar las correcciones de, en primer lugar, un montón de periodistas para nada neutrales y excesivamente ventajistas a sueldo de unos medios de comunicación en busca de carnaza. En segundo lugar, del resto de público en potencia, cuya intención puede ser gozar del fútbol o tener una excusa para desahogarse insultando a alguien. La crispación que por estas dos vías se le ha ido inyectando al deporte rey, ha llevado a situaciones límite en las que al jugador no se le permite trabajar con dignidad. Miles de personas alabando las habilidades sexuales de la madre de un jugador rival, emitiendo ruidos racistas o lanzándole objetos peligrosos. Recuerdo la pancarta que recibió a Laudrup en el Camp Nou: ''Petrovic, Juanito, Laudrup tú serás el siguiente''. Cuando alguien recibe amenazas de muerte ejerciendo su trabajo, ¿alguien puede afirmar que eso digno de una profesión? ¿De veras se puede consentir un maltrato psicológico porque la víctima cobra mucho?

          En España el deporte mayoritario, casi exclusivo y tiránico es el fútbol. No se puede negar. El baloncesto, el balonmano o el tenis se ven trasladados a unas cuotas de interés paupérrimas. Quizás por eso a los otros deportistas se les ofrece un trato mucho más respetuoso. Al no verse sometido a la atención masiva, sino más bien selecta, la vorágine de opiniones ofensivas disminuye. Del mismo modo, desaparecen las disputas mediáticas y las implicaciones políticas. Un ejemplo de eso lo dijo Xavi Hernández, cuando recriminó a la prensa que sólo discutieran su implicación con la selección española a él y a Puyol por el hecho de ser catalanes. ''Eso no se lo hacéis a Gasol ni a los demás'', añadió. Dio en el clavo. La clave está en que el fútbol en este país es un polvorín nacionalista, por eso a la mínima que se puede alguien introduce de nuevo el asunto. Los medios del baloncesto, sin ir más lejos, están mucho más centrados en lo suyo, por eso genera menos atención entre el público. Si se intentara mezclar tal deporte con unas gotitas de demagogia política, el resultado sería un mayor interés de la gente. Mientras tanto, el futbolista nacional se ve entre la espada y la pared en función de sus orígenes o ideas.

          Se comenta a menudo que los futbolistas tienen el trabajo que quieren. Es verdad. Pero lejos de felicitarles por ello, parece que eso supone un problema para los demás. Es ofensivo que alguien dedique su vida a una pasión que lleva tantos años perfeccionando. Aunque a muchos se les olvida que el futbolista no es el culpable de que tengas un empleo de más de 40 horas semanales y poco más de 1.000 euros al mes. Creo sinceramente que son muchos más los que han decidido a qué se querían dedicar. Algunos quisieron estudiar y otros se fueron directos a los trabajos temporales. A excepción de los inmigrantes que vinieron en busca de un sueño o de aquellos que perdieron casi todo por una mala racha, la mayoría de la población elige su camino. Es más aconsejable decir que los futbolistas tienen el trabajo que quieren, como mucha más gente sea del gremio que sea. La diferencia está en que el futbolista, cuando era un niño, soñaba con ser futbolista. Mientras que el obrero, el carpintero o el mecánico probablemente también soñaban con ser futbolistas. Quizás todo se reduce a una cuestión de envidia por aquel que ocupa un lugar que creemos que nos corresponde a nosotros mismos y no a quien está en él.

         Como al resto de chavales, a mí también me habría gustado ser futbolista. De hecho, mi vocación posterior fue el periodismo deportivo, para lo que todavía creo tener bastante madera, pero que ha quedado en un segundo plano por culpa de las inquietudes que aparecieron después. Por mucho que puedan afectarme tales frustraciones, no puedo atacar al futbolista, cuya bella profesión me ha regalado momentos maravillosos sin pedirme nada a cambio. Un oficio y unos trabajadores que siguen llevándome frente al televisor con la misma ilusión que cuando tenía nueve años.

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