lunes, 25 de abril de 2011

Hoja de ruta hacia el cine de terror francés

           El cine de terror es algo tan antiguo como sobreexplotado. Partiendo de la premisa de provocar emociones fuertes en el espectador, la capacidad de reacción del público es mayor ante películas de este tipo. Siendo pues filmes que no dejan impasible al que lo acaba de ver, se puede entender mejor que el miedo haya sido uno de los temas estrella de la historia del cine. Muchos guionistas y productores habrán encontrado un filón en este género tan experto en hacer saltar a uno de su asiento. Sin embargo, como en toda corriente artística, cuando alguna obra es un gran éxito, se establece una serie de patrones, que se convierten en la fórmula a seguir. Podría ser el caso de Scream o Sé lo que hicisteis el último verano, que sentaron las bases actuales para buena parte del cine de terror posterior al haber reunido con maestría lo mejor de las anteriores tendencias. Así que durante los siguiente años, hasta ahora, esta clase de películas ha seguido un camino más bien parecido y poco original, que tampoco ha podido escapar de la trampa de las secuelas y remakes, ahora que se estrena Scream 4.

           Por suerte, en el arte siempre hay 'algo nuevo bajo el sol'. Y de eso se encargó el cine de terror asiático. Con la aparición de Ringu, de Hideo Nakata y con una ambientación muy estremecedora, se abrió la veda del horror en el lejano oriente. Películas como Battle Royale, de Takeshi Kitano, Audition y Llamada Perdida, ambas de Takeshi Miike, o Dark Water, del propio Nakata, son algunos de los títulos que tuvieron más éxito. Se trata de obras que destacan por su brutal violencia, siendo Battle Royale la máxima expresión, o bien, por su asfixiante clima de tensión y motivos sobrenaturales, como Ringu o Dark Water. Esa corriente se extendió por toda Asia y con ello, esa nueva manera de hacer acabó llegando a EEUU. Lo hizo mediante la exitosa Saw, de James Wan, que aunaba la intriga policíaca y el asesino en serie moralizante y cargado de razones de Seven, la carga de violencia de Audition o Battle Royale y una atmósfera angustiosa, para rematarlo con un final absolutamente apoteósico. Ese nuevo sentido que se le da a la violencia y al miedo dio lugar a una serie de películas que querían ir más allá. Lo sorprendente es que esas pretensiones no se instalaron precisamente en EEUU, que sólo vio nacer las secuelas de Saw y la insulsa Hostel. El cine más salvaje fue a parar directamente a Francia (y por extensión, a Bélgica y Canadá, pero siempre en lengua francesa).

           El camino que siguió este nuevo tipo de cine no se ciñe estrictamente a lo que se acaba de decir. Hubo otra vía por la que se introdujo ese 'comment faire'. Para verla, hay que remontarse a la ópera prima de Gaspar Noé, Seul contre tous (1998). El protagonista es un ex-carnicero que se ve atrapado en una espiral sin salida y que le obliga a anteponer su propia moral a la de la sociedad. Lo más novedoso del filme es su sordidez y su crudeza, en un ambiente sombrío y lleno de agresiones. Tanto es así que antes de las escenas finales, se produce un aviso al espectador para que pueda abandonar la sala. A este film, le siguió cuatro años más tarde, Irreversible, también de Noé, que se dio a conocer principalmente por continuar con el carácter de su antecesora, destacando una escena de violación de unos ocho minutos que fue muy polémica. Pero eso no fue nada en comparación a la salvaje Haute Tension (2003), de Alexandre Aja: 91 minutos de verdadero terror con unos asesinatos llenos de brutalidad. Aunque el filme recogía técnicas tan trilladas como los strings de violín a todo volumen en los momentos más tensos, también supuso una revolución por lo visual en unas muertes tan atroces. Además lo explícito de lo más monstruoso se unió a una angustia extrema, como anuncia el título, que dura casi tanto como el propio metraje. Con Haute Tension se abrió la caja de Pandora para una nueva oleada de películas cargadas de una crudeza y un estrés insospechados en el cine hasta entonces. Las emociones humanas llevadas al límite. Terror llevado al extremo. Es así como aparecieron Calvaire (2004), À l'intérieur (2007), Martyrs (2008) o Les 7 jours du Talion (2010). Películas que llevan los temores del hombre hasta el tope. Exaltan lo más traumático del alma humana y destapan las peores pasiones. Verlas puede llegar a ser algo muy perturbador. Es una clase de cine que conmociona y que, sin duda, no deja indiferente. Otra cosa es que guste o no, que se considere que sobrepasa la ética establecida o no. Yo no voy a engañar a nadie. A mí me ha cautivado.

           PD: Muy pronto hablaré con más detalle de Martyrs, À l'intérieur y alguna más.

martes, 19 de abril de 2011

La escritura en mi vida: escribir es salud

          En estos tiempos de pérdida de costumbres en pro del progreso, uno debe preguntarse si vale la pena la eliminación de esas cosas que se han hecho durante siglos y siglos, sin que les fuera nada mal. No me refiero a la pérdida de valores y ética que vemos a diario por culpa del canibalismo económico. Hablo de la desaparición de unas acciones que han sido muy útiles a lo largo de la historia y que no tienen repuesto posible. A mí me preocupa una en especial, la escritura. No nos engañemos, la gente ya no escribe. Hace una década la gente aún se trabajaba cartas para mandarlas a los conocidos en las fiestas. Luego llegaron los SMS. Ahora tenemos las proyecciones de Powerpoint que se van reenviando por email. Claro que siguen existiendo los periódicos -aunque las fotos, la publicidad e incluso los pasatiempos van ganando terreno-, la literatura y los blogs. Pero son formatos que parecen ir en desuso. La prensa escrita en papel decae porque la versión virtual, además de ser gratis, incorpora archivos multimedia para completar las informaciones. La literatura no parece recibir el apoyo suficiente y su consumo parece destinado al Día del Libro. Sobre los blogs, hace apenas dos meses que me he incorporado a esta dimensión y todavía no me he consolidado como usuario habitual. Los que sí lo son a menudo pertenecen también al mundo de la prensa o de la política y sus blogs sirven de complemento a sus noticias o a sus decisiones.
           Esa decadencia no es gratuita. Como decía antes, tiene su razón de ser en la vanguardia tecnológica. Aunque la menor escritura de nuestros días conlleva una serie de circunstancias a tener en cuenta. Entre la aparición de los teléfonos móviles primero, de los programas de mensajería instantánea (los messenger) después y finalmente, de las redes sociales, la reducción de la envergadura del mensaje es notoria. Lo expresado ha ido ocupando cada vez menos líneas. El problema es que con menos palabras no podemos llegar fácilmente a lo que se pretende expresar con más. Así que toca dejarse algo en el camino. Por eso el mensaje debe ser más conciso y esa concesión impide, a su vez, que el escrito pueda incorporar algún tipo de reflexión o que trate de un tema complejo. Pretender hablar de Darwin, física cuántica o política internacional en solo dos líneas es minimizar las ideas. Por eso se acaba cayendo en la banalización. Pero también en la trivialidad, porque como no se puede hablar de temas más serios e importantes, uno termina por hablar de chorradas. Eso, a fin de cuentas, es un lento y disimulado proceso de desculturalización que crea una barrera entre el ciudadano y la cultura que va mucho más allá de la ley Sinde.
           Parece mentira este desuso de la escritura. Yo no podría vivir sin ella. Estaba leyendo Rinconete y Cortadillo, de Cervantes, cuando apareció esa perífrasis verbal que se repetía en el Quijote, olvidábaseme de decir, y tuve la idea de crear este artículo, porque me recordó uno de los grandes valores que ha tenido la escritura, ser un sucedáneo de la memoria. Ya en Mesopotamia, cuando se creó el primer sistema de representación gráfica (no importa si se trataba de un alfabeto o de pictogramas, como en el antiguo Egipto), su función fue el apoyo mercantil; la escritura ayudaba al recuento de unidades en las transacciones. Mis primeros recuerdos con las 'letritas' son con esa misma finalidad, recordar: aún puedo ver cuando empecé a encargarme de hacer la compra con siete años y mi madre me preparaba la lista para no dejarme nada. La verdad es que tuve que aguantar muchas bromas sobre el papelito, aunque en la carnicería dejaron de decirlas cuando contesté un << seguro que tu hija no sirve ni para comprar >> cuando tenía unos nueve, creo. Es más, ahora con 23 sigo andando con la nota en el bolsillo cada vez que me toca ir a mí. Pero es que eso se acabó extendiendo a muchas otras cosas. El orden de estudio de una asignatura, me lo anoto. En frente de un examen, apuntados quedan los temas a exponer antes de escribir el nombre. Pero donde más notas acumulo es en el tema de las ideas: cada vez que se ocurre algo nuevo, lo escribo para que no se escape. Es algo así como la cartera de Jackie Chan, en la que hay dos o tres dólares pero un fajo de apuntes con nuevas escenas de inestimable valor. Para estas cosas más bien metódicas, soy así de obsesivo. La verdad es que siempre me ha hecho falta.
           Pero no sólo de intentar evitar la falta de memoria vive el hombre. Está claro que en el ser humano hay un miedo al olvido, de ahí que algunos usen la escritura para auto-reivindicarse (léase graffiti). Pero por suerte, la escritura aporta muchísimo más de lo que uno puede pensar. Como consecuencia de ese soporte a la memoria, escribir ayuda a desarrollar ideas, conceptos y reflexiones. Nuestra capacidad de recuerdo es limitada, pero el texto no, por eso con un código escrito se pueden ampliar y concluir los juicios y las opiniones que tengamos. Del mismo modo, escribir implica la necesidad de una mayor reflexión sobre la lengua, porque es necesario encontrar los vocablos adecuados para expresar algo preciso y concreto. Aunque es precisamente buscando esos términos cuando uno se da cuenta de lo que realmente quiere expresar. Un mayor dominio del lenguaje y de su codificación permite acceder al conocimiento con más facilidad. La escritura crea ideas. Ese control del código posibilita que se pueda experimentar con él, dando así lugar a la literatura. Ese jugueteo es una diversión. Un gozo intelectual para el que elabora su propio lenguaje. Un placer aparentemente privado, porque además de eso, la palabra debe rebotar como la piedra lanzada en el mar, tal y como dijo Larra, porque la finalidad de la escritura es también comunicativa. Se escribe para que alguien lo lea. Incluso aquella gente que escribe su diario privado sabe que algún día eso lo va a leer otra persona. Por todo esto es por lo que me expreso en un blog y no en Youtube, aunque todavía no tengo muchos adeptos por aquí. Para no dejarme cosas en el tintero, las expreso por escrito para sacarles más jugo y dejarlas más presentables, así será más fácil compartirlas.
           PD: Algún día hablaré del efecto de esta causa, la literatura.

lunes, 11 de abril de 2011

“¿QUÉ PASÓ CUANDO NORA DEJÓ A SU MARIDO?”, RADIOGRAFÍA DE UN SPIN-OFF

            Antes de nada, debo disculparme por mi larga ausencia. En otras cosas, dejé de escribir sobre temas porque estuve concentrado en una monografía para la Universidad. Se trataba de un estudio sobre la mujer en Cien años de soledad, que ha sido también el tiempo estimado de duración. Pero mientras lo terminaba ocurrió algo que me motivó a escribir aquí de nuevo. Estaba en la biblioteca del pueblo con ese trabajo y cuando fui a dejar el libro de García Márquez que había consultado vi en el estante de enfrente un libro con una joven dando un brinco en la portada. Lo cogí y vi el título, ¿Qué pasó cuando Nora dejó a su marido? “Este nombre me suena”, pensé yo. “¿Nora?” “¿Quién era Nora?” “¡Ay va! Era la protagonista de Casa de muñecas de Ibsen”. ¿Pero es que alguien había continuado con su obra? No me creía lo que estaba viendo, una supuesta segunda parte de una de las obras culminantes de la dramaturgia del siglo XIX y por parte de otro autor, en este caso la austriaca Elfriede Jelinek, premio Nobel de Literatura en 2004. Me vi obligado a cogerlo en préstamo.
            Casa de Muñecas trata la relación de Nora con su entorno. Su vida aparentemente feliz con su matrimonio, sus dos hijos y sus caprichos de la vida capitalista. No hay más entorno para Nora. Su marido, el banquero Torvald Helmer, la ha hecho propiedad suya y parece más su padre que su esposo. Nora depende de él. Hasta que asume el engaño en el que ha estado viviendo siempre y decide romper con la opresión matrimonial y se aleja también de sus hijos, porque para ser madre debe conocerse primero a sí misma. La mujer deja de ser una muñeca para el hombre. Con esta base da comienzo esta novela a modo de segunda parte. Aunque ¿se la puede considerar así realmente? Si bien es cierto que partimos del mismo personaje central, la situación de Nora es muy distinta: de esposa y esposada, pero con la vida solucionada, pasa a tener que empezar de cero y ganarse las habichuelas ella sola.
Así que ahora la heroína se ve obligada a formar parte de una fábrica si quiere sobrevivir. Aunque desde el principio no se siente a gusto en su nueva posición. No se acostumbra a las máquinas, del mismo modo que sus compañeras de trabajo no logran comprender como pudo abandonar a su familia. Sin embargo, conoce nuevamente el amor al toparse con el empresario Weygang, de quien se enamora al instante, admirando en especial su inteligencia. Se trata de un verdadero esclavo del capitalismo, que no sabe vivir sin ese ansia por el dinero. Por eso pretende dar uno de esos 'pelotazos' immobiliarios que tanto proliferaron durante el último lustro. Se trata de lograr el beneplácito de un banco y ahí es donde Weygang usa a Nora para convencer a su ex marido. Con ello, tiran la vieja fábrica y así podrán edificar de nuevo. El acierto de Weyagng es un error para el banco, por eso Helmer es despedido. Sin embargo, la cada vez más embarazosa Nora no se verá recompensada como querría: Weygang, harto de ella, le promete pagarle una tienda de ropa si le abandona para siempre. La obra acaba con el ex banquero y la ex liberada otra vez juntos.
Lo que ocurrió para la creación del segundo drama es que se extrajo un personaje de un plato muy suculento para introducirlo en un menú distinto. Así que más que una secuela, lo que me pareció la obra de Jelinek es un Spin-off en toda regla. Para empezar, lo que era inicialmente un drama existencial y feminista, presenta ahora algunos temas más: cuando Nora no se reconoce frente a las máquinas y más tarde, al contagiar a sus compañeras de su sentimiento contra el instrumento de trabajo, nos encontramos con la alienación del mundo laboral y el ludismo, respectivamente. Eso también conlleva nihilismo al igual que el matrimonio de la primera obra. Temporalmente existe una distancia imposible entre ambas obras: la segunda retoma el hilo de la primera inmediatamente después del final, sin embargo se sitúan en épocas diferentes, porque la obra de Ibsen fue escrita en 1879 y en la de Jelinek, Nora se encuentra en la época inicial de Hitler en el gobierno de Alemania. Ibsen, fallecido en 1906, no pudo imaginar el nacimiento del nazismo 50 años antes. Se produce así una fragmentación de la tiempo interno entre obras, que sin embargo no desentona con el segundo drama porque sigue sin romper la verosimilitud. Lo mismo ocurre con el espacio: ahora nos encontramos en Alemania, pero ¿y antes? ¿Si Nora no salía de la habitación hasta el final, cómo sabemos que eso era Alemania? No lo sabemos, por eso Jelinek puede situar su obra donde le plazca, porque como Casa de Muñecas carece de toponimia, su secuela no debe ceñirse a ella. Así que, situarla en Noruega, Alemania o Gran Bretaña era casi aleatorio, porque tampoco es que sean países que disten mucho socialmente. La elección de Alemania era porque tenía la ideología política que más marcó el devenir de Europa en el siglo XX.
Por otro lado también están las costumbres que rodean a Nora, porque al salir de la casa, se despliega un abanico de hábitos que antes no podía conocer. Si bien la madre a la fuga ya tenía en el baile una forma de satisfacción para su marido, lo seguirá haciendo con Weygang, pero esta vez irá mucho más allá: por tal de gustar a su nueva pareja, se verá obligada a dar placer a su ex marido, pero no precisamente sexual, sino sadista. Ella debe azotarle cada vez con más fuerza mientras gime de placer y dolor. Que, dicho sea de paso, debe ser curioso descubrir a estas alturas que tu ex marido disfruta con ese tipo de prácticas. Una vez se quede sin trabajo, el sórdido camino que ha tomado la vida de Nora sólo podrá desembocar en la prostitución. La madre que abandonó a los hijos para encontrarse a sí misma acaba formando parte de un burdel. Con ello, se cierra el ciclo vital de Nora: de mujer sometida pasa a ser libre y de la libertad pasa de nuevo a la sumisión al hombre. Con esas, Jelinek parece castigar a la heroína por mucho que el texto tenga mucho de feminista. La mujer pretendió liberarse alejándose del hombre, pero acaba siendo igualmente la muñeca de otro. El tiro le salió por la culata. Quiso ser ella y trabajar con las manos, pero al final tuvo que usar todo su cuerpo.
Aunque el mayor logro de la obra es su intertextualidad. No sólo se trata de una continuación de un clásico de la literatura universal, también es un homenaje a esta. Por eso se producen varias referencias al texto de Ibsen. Cuando Nora le dice su nombre a Weygang, él contesta “¿cómo en Casa de muñecas, de Ibsen?” Eso descoloca al lector, que ve que se están burlando de él. Aunque algo así es lo que había Miguel de Unamuno en Niebla, cuando el protagonista se enfrentaba al propio autor, que se insertaba a sí mismo en el relato. Así una obra de ficción real (Casa de muñecas, en este caso) pasa a formar parte de una nueva ficción, de manera también parecida a los dos libros del Quijote. Pero aquí no acaba la intertextualidad, porque la obra también homenajea a otro drama de Ibsen, Las columnas de la sociedad, que también se anuncia en el título. No sólo se cita más de una vez, sino que además desarrolla buena parte de sus temas, como la fiebre capitalista, la búsqueda de la propia identidad, el nihilismo e incluso, la belleza.
De esta manera, Jelinek crea el efecto de spin-off que tanto vemos en nuestros días. Bueno, lo crea y lo sobrepasa. ¿Alguien se imagina a Joey, en su serie como protagonista, respondiendo “sí, yo soy el de Friends”? ¿O a Aída haciendo referencia a 7 vidas? No parece verosímil, pero Jelinek lo hizo y sí fue creíble. Tanto es así, que se permite hacer un cross-over con otra obra del autor del que está versionando el drama. Aquí se funden dos textos de Ibsen, con todos sus temas. Este juego ya es más complejo. Que hiciera una nueva historia derivada de un clásico, es algo más o menos normal. Pero que a esa obra derivada se añada otra del mismo dramaturgo es muy sorprendente. La inserción de Las columnas de la sociedad implica a su vez, la inserción de un cross-over dentro de un spin-off. El juego literario ha sido asombroso. Y eso ya es bastante menos posible en el mundo audiovisual. El cross-over ha tenido ya muchos intentos en el cine, con poco éxito, y en el cómic, donde quizás parece encajar mejor. El spin-off los ha tenido en las series de televisión. Pero la complejidad y el valor que le da Jelinek dan la sensación de estar lejos del alcance de los guionistas actuales, asediados por la guerra de audiencias. Por eso recomiendo Qué pasó cuando Nora dejó a su marido, en esta época de escasez creativa, en la que los procesos de imaginación consisten en distintas técnicas de reciclaje con nombres, todas ellas, en inglés.