jueves, 28 de julio de 2011

Un viaje al mundo de las leyendas urbanas

Antes de nada, quisiera pedir perdón por este mes y medio sin aparecer: haber estado trabajando en la Facultad, con encargos de Graffiti y finalmente en mi empleo base, el camping, me han absorbido el tiempo.

          En este último año he ido conociendo una serie de historias que me han contado distintos personajes de mi entorno. En el camping donde trabajo en verano, una cliente muy mayor dijo que una chica se fue de vacaciones a Brasil, allí conoció un chico con el que mantuvo relaciones sexuales. Cuando ella regresaba a su país, él le entregaba una carta que debía leer en el avión. Lo que había escrito era “enhorabuena, tienes el sida”. Otra historia me la contó un amigo: el rito de iniciación de una banda, en la que el aspirante a pandillero debe conducir de noche con las luces apagadas. El objetivo será el primer conductor que le avise con las largas, a quien deberá perseguir y matar. Más adelante, comía con unas compañeras en la facultad y un chaval que iba con ellas ese día -al que no he vuelto a ver, por cierto- contó la historia de un alumno de 2º de bachillerato que en un examen de filosofía debía responder a la pregunta '¿qué es el riesgo?'. El chico contestó “el riesgo es esto” y entregó la prueba. El profesor le puso un 10. La última historieta curiosa con la que me he encontrado es la de la mujer que ha asesinado a su hija de 6 años metiéndola en el microondas. Esa noticia ya había salido en otro medio unos dos meses antes. Tengo la sensación de que ese déja vu se debe más bien a la modificación de unos hechos parecidos: una chica que tenía que secarse el pelo en muy poco tiempo y metió la cabeza en el microondas (en serio, ¿existen adolescentes sin secador?) tras haberle manipulado el mecanismo de cierre. Cuando la joven llegó a clase murió; el cerebro se le había fundido como un Ferrero Rocher en agosto. 

           Lo que une estas historias es que son muy sorprendentes aunque eso a veces no impida que parezcan posibles. Es bastante difícil no quedar perplejo cuando le cuentan a uno semejantes hechos. En ese sentido, recuerdan al realismo mágico de la literatura hispanoamericana, porque se expone algo sobrenatural o incongruente como lo más cotidiano del mundo. Otro tópico que las reúne es que suelen situarse en un lugar entre alejado y exótico, que seguramente les da mayor credibilidad porque ocurren en gentes de costumbres distintas a las nuestras. Sin embargo hay veces en que los sucesos parecen haber ocurrido mucho más cerca, para dar a entender que también podríamos pasar por algo así. Otro rasgo habitual es la intención moralizante que arrastran. La mayoría de estas historias, no todas, son principalmente un aviso ante posibles situaciones: “ten cuidado con el sexo en países muertos de hambre, vigila a qué loco le haces luces en la carretera y no metas la cabeza en el microondas”. Pero si hay algo presente en todas ellas es que son totalmente falsas. Por mucho que se cuente siempre como algo cierto y que se centre en un marco creíble, no hay ninguna prueba de que hayan llegado a producirse, más que nada porque no existen testimonios (algo sobre lo que volveré a hablar). Algunas historias son convincentes y podrían pasar perfectamente por ciertas, como la del examen o el coche nocturno. En cambio hay otras que no se sostienen por ningún lado, como la barbaridad del microondas.

           Por muy paradójico que sea, una de las verdades de esta vida es que la gente miente más que habla. De ahí que exista en el ser humano algo que le empuja a mentir a diestro y siniestro. Es ahí donde nacen estas y otras muchas historias que la gente ha ido inventando y contando para resultar interesante y destacar frente a los demás, al conocer unos hechos tan increíbles que implicarán la atención absoluta y la fascinación de todos aquellos que lo oigan. A las historias de este tipo se las conoce como Leyendas urbanas, que se distinguen de las leyendas convencionales porque son modernas, con símbolos cotidianos y un valor universal que le permite extenderse por los cinco continentes. Tampoco se deben confundir con los bulos o los rumores, porque son más complejos que estos, al estar más elaborados y afectar a más sectores de la sociedad. Pese a la modernidad cosmopolita que las envuelve, las leyendas urbanas son un producto folclórico: sobre ellas se cimientan algunas creencias, temores y condenas de la sociedad actual. Tanto es así que se convierten en verdaderas alegorías -de la desconfianza, en especial-. Llegan a convertirse en tópicos en cuanto referencias ineludibles para expresar un temor. De ahí la pretensión de querer darla a conocer al máximo de personas posible, por prevención. Todo el mundo debe saberlo para poder estar preparado. Otras, sin embargo, carecen de ese valor doctrinal y se convierten en simples historias sórdidas que no tienen intención de alertar, sino que sólo buscan escandalizar (es decir, leyendas). No por eso significa que tengan que difundirse menos. Lo que se cuenta es tan espectacular que debe llegar al mayor número de gente.
 
         La difusión de las leyendas urbanas es algo bastante más complejo que la típica idea de una cadena 'de boca en boca'. La transmisión de las leyendas ha sido siempre un proceso oral y generacional, por mucho que el concepto leyenda signifique 'para ser leído'. En la antigüedad era más factible que se divulgara una historia por toda una comunidad, ya que ésta era mucho más reducida que los grupos actuales. En cambio, ahora las poblaciones son mucho mayores que las de antes y la propagación de una leyenda se intuye costosa mediante esta vía. Por contra, vivimos en una sociedad marcada por la interdependencia de países, con un sinfín de relaciones bilaterales entre naciones. Eso agiliza la distribución internacional de las leyendas urbanas, que pasan a formar parte del imaginario global. A eso hay que sumarle las mejoras comunicativas derivadas del teléfono, la televisión e internet. Algunos de estos medios permiten explicar que siga existiendo esa difusión oral. Para explicarlo, tomaré el ejemplo de la principal leyenda urbana de España, la de Ricky Martin, el perro y la mermelada. Todos la conocemos. En tal caso, la difusión sorprendió por su rapidez: en 12 horas todo el país la conocía. Teniendo en cuenta lo rudimentario del internet en esos años aún, no parece posibles que el boca-oído-boca pudiera generar aquello (más aún siendo la hora de dormir). Que la difusión se proyectara más o menos igual en todas las regiones y que la expectación que suscitaron la reposición del domingo y el programa siguiente me hacen pensar que en realidad se trató de una estratagema desde la propia cadena para conseguir unos registros de audiencia inauditos. Para ello habría bastado tener unos cuantos topos por ciudad llamando a un número indefinido de personas que, a su vez, difundirían la noticia. Pero vamos, sólo estoy especulando. 

           Eso nos lleva al origen de las historias. Toda leyenda tiene un nacimiento y todo nacimiento tiene un padre. El padre es en este caso aquel que la inventa, basándose en una experiencia personal, un suceso supuestamente real de un tercero o por mera creatividad imaginativa. Un proceso de creación literaria, al fin y al cabo. Aunque si bien puede tener estos tres origenes, curiosamente sólo suele hacerse alusión a uno. La mayoría de leyendas urbanas se empiezan a narrar como algo que le ha sucedido a un conocido de un amigo o algo por el estilo. Una relación mínima, que no involucra al narrador y con la que puede justificar la historia. Se cuenta algo que podría ser cierto y se cita alguien que puede entrar en la cadena de los seis grados de conexión, de Kevin Bacon, para que parezca real. Aunque si ese recurso se va repitiendo, cada vez será más falso, porque sólo el narrador primero podría decirlo siendo creíble. Es por eso que en inglés suelen conocerse como FOAF (friend of a friend tales). Recuerdo un chiste de Eugenio sobre el uso de la Viagra que se basa en ese principio, aunque lo ridiculiza al final. Pero como eso ya está muy visto, la aparición de los medios ha aportado algo nuevo: se busca la mayor implicación posible del receptor, principalmente reclamando su compasión. Todos hemos recibido algún correo en el que se dicen cosas como “si no lo reenvías a 20 personas, la pequeña Wendy morirá”. En ese momento, la persona que está frente a la pantalla del ordenador se apiada de la pobre Wendy, una niña de un pueblucho de Nebraska a la que no va a ver ni a través de la teoría del señor Bacon, y decide contestar al correo. Llamar la atención de la gente a partir de la misericordia tiene aquí un propósito distinto: conseguir direcciones de correo, mandar virus o sencillamente, burlarse de la gente. No es tanto algo para llenar el ego de gente insatisfecha, sino que se quiere sacar un mayor provecho que el simple hecho de parecer más interesante.

           Por último quisiera señalar que las leyendas urbanas reúnen, como tantas otras cosas, lo mejor y lo peor del ser humano. Lo mejor porque implican la habilidad imaginativa para desarrollar semejantes historias y el dominio de la retórica para narrarlas (al menos de inicio). Eso es fruto, al fin y al cabo, de la capacidad comunicativa, exclusiva del hombre. Es un ejemplo de cómo uno puede llegar a transmitir algo si intenta hacerlo bien, llegando a traspasar barreras comunicativas que parecen infranqueables, tales como el idioma o la distancia entre pueblos. Pero también abarca lo peor porque representa la necesidad patológica de mentir que tiene el ser humano. Si uno se para a pensar en la realidad de las cosas, se dará cuenta que buena parte de lo que le rodea es falso, pese a que muchos no quieran admitirlo por lo deprimente que supone. En ese sentido, la gente se cree una mentira y probablemente la convierte en un dogma. Con una afirmación así, la distancia entre leyenda urbana y religión parece hacerse mucho más corta. Recapitulemos: alguien crea una historia increíble para llamar la atención, la cuenta a unas personas, las atemoriza, la historia sigue extendiéndose y termina siendo una creencia común. Efectivamente, las religiones que todos conocemos son verdaderas leyendas, si bien no son urbanas por su considerable antigüedad. Matizo, las religiones son un conjunto de leyendas que acaban formando un ideario y un modus vivendi moral, a través de los cuales se consigue controlar las conductas de una sociedad. Al parecido con la religión hay que sumarle el que guarda con el tema de las supersticiones, esos hechos que se creen como místicamente capaces de influir en la vida de un ser humano y que por eso se establecen en la cultura popular, por miedo a que ocurran. Aunque las supersticiones son mucho más frecuentes que las leyendas urbanas y las religiones tienen más peso que las L.U., las tres consiguen frenar determinados impulsos y deseos del hombre, sean cuales sean.

          En conclusión, si alguien le dice conocer directamente una leyenda urbana, no se engañe, la verdad no está ahí fuera.