domingo, 20 de febrero de 2011

El cine y yo

      Según Wikipedia (que es a quien consultamos todos a diario para una cosa u otra), el cine es la técnica de proyectar fotogramasde forma rápida y sucesiva para crear la impresión de movimiento, mostrando algún vídeo de mayor o menor duración. Como forma de narrar historias o acontecimientos, el cine es un arte, y comúnmente, considerando las seis artes del mundo clásico, se lo denomina séptimo arte. En mi opinión, siendo un arte tan sumamente nuevo y atado a la evolución tecnológica del último siglo, creo es básicamente la aspiración máxima del arte para la mayoría de los mortales, en detrimento de la literatura, la pintura y la escultura. La capacidad de englobar distintos tipos de arte en un formato elevan el cine a otra esfera, en la que solamente puede competir, pienso, con la música, que no podría superar jamás porque nunca quedará obsoleta.
      Por mucho que sea ese súmmum del arte, aglutinando todo lo anterior y capaz de adaptarse a las vanguardias técnicas, mi relación más o menos seria con él se ha hecho esperar muchísimo. Con 10 años empecé a escuchar rap y en esas sigo, aunque he ido descubriendo otros géneros con los años. En la lectura entré también en esa época de final de primaria, con los relatos de El Pequeño Vampiro, de Angela Sommer-Bodenburg (si no recuerdo mal). Para la pintura tardé un poco más, pero no tanto como con el cine. Pasarme dos horas frente a la pantalla, tan solo mirando y escuchando, me parecía un verdadero suplicio. Una eterna espera hasta el final del filme, para saber el desenlace. Me provocaba una pereza enorme. El hecho de que el cine se proyecte sobre una pantalla me remite al Mito de la Caverna, porque es el súmmum del arte, sí, pero también el que te deja más atolondrado. De hecho, Hollywood se ha convertido en la principal plataforma de difusión ideológica del American Way of life.
      Este recelo por el cine, que a menudo perece que mantengo, me duró hasta principios de 2009. La clave fue ver Gran Torino, del maestro Eastwood. Esa obra me dejó tan marcado que me vi obligado a seguir más de cerca la trayectoria del auténtico Rey de los Westerns. Seguramente fue eso lo que más me llamó la atención, porque la gente tiende a recordar sus vaqueros y sus pistoleros, pero no sus dramas más profundos. Así que me chupé su trayectoria entera: desde sus pelis más casposas hasta sus obras maestras -confieso una debilidad absoluta por Cazador blanco, Corazón negro-. Mi curiosa por el cine se extendió a otros géneros, en especial por un que siempre me gustó ya desde pequeño, el terror. Empecé a ver clásicos del terror como las 7 películas de Pesadilla en Elm Street (bueno, las volví a ver, más bien), Scream, Sé lo que hicisteis, Seven... También me inicié en el terror de zombies, hasta el punto de haber asistido al Festival de Sitges en 2010 los dos sábados del certamen. Tras ello llegaron el cine de terror francés, del que hablaré otro día, y otras películas que veo por el placer de verlas (la última, anteayer, fue Amélie).
      Quiero decir con eso que mi actitud frente a la pantalla ha cambiado radicalmente, de hecho, creo que no sería capaz de ver una peli de palomitas y refresco ahora mismo. Intento fijarme en los detalles de fotografía, encuadre y música, entre otras cosas. Por contra, sigo siendo incapaz de decir que un actor es bueno o no. Es más, me parece un trabajo tan complejo que me indigna la facilidad con la que Fulano o Mengano dictaminan la calidad interpretativa de alguien. Del mismo modo que me asquea toda esa horda de gente que devora cine por ansia. Deben ver la mayor cantidad de películas posible, ya sea por decir <> o por poder votarla en la Filmaffinity de turno. Ver cine, como disfrutar de cualquier arte, asistir a un festival o acostarse con una mujer, no debería servir para fardar. Si ves la película se supone que es porque te atrae y no para hacerse atractivo uno mismo para los demás. Creo que el disfrute de la obra es un acto íntimo y profundo -si la peli vale la pena, claro-. Es una idea que arrastro ya desde mi vocación lectora y de mi gusto por cosas que causan rechazo en los demás, como el rap antes mencionado o mi equipo de fútbol (sí, soy del Madrid). He vivido siempre con una serie de gozos que no he podido compartir y me parece que he convertido el cine en eso, algo que puedo disfrutar solo y que normalmente debe ser así para lograr un mayor provecho.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Carta de Presentación Académica

       En uno de los revolcones que mi padre tenía (y que supongo que aún sigue teniendo) con mi madre, olvidaron el látex y el espermatozoide llegó al óvulo. Así nueves meses después, en octubre del 87 aparecí yo, como quien no quiere la cosa, al igual que tantas otras vidas. Mi infancia también transcurrió de un modo parecido al de los demás críos: de la cama al cole, del cole al fútbol, del fútbol a la cena y de la cena a la cama. Las pocas diferencias que creo que tenía son una cierta fobia social y algo más de ganas de sacar algún provecho del colegio. Cuando con doce llegué al instituto, logré concretar más en ese provecho, que se centró en lo académico y no en lo didáctico, como la mayoría de adolescentes en Secundaria, vaya. No fue hasta la llegada a la universidad cuando realmente creí estudiar algo interesante. Pese a llevar un buen ritmo con el plan de estudios, en esas sigo, intentando acabar una carrera que ya de por sí es eterna. A esa breve descripción cronológica, añadiré que me llamo Marc, nací en un pueblo en la costa de Girona, curso quinto de las Filologías Hispánica y Catalana, y que me gusta el fútbol en especial y el deporte en general, la música, la literatura, el cine y alguna otra forma de arte.

       Como descripción académica la mía funciona bastante bien, pero como todo lo académico desprende siempre un aroma a rancio que echa para atrás, yo no podía contentarme con esto. Es evidente que todos tenemos unos rasgos comunes en lo social, básicamente porque todos pasamos por los mismos aros. Todos llevamos esa descripción académica bajo el brazo, que no es más que la imagen adulta del molesto traje de los domingos que nos tocaba para ir a catequesis. Quiero mostrar una imagen distinta de mí pero no puedo, porque se requiere esa versión estándar para ser presentable

      Hablaba de rasgos comunes. Pero también deben existir otros rasgos, los distintivos. Algo debe haber que nos diferencie y no precisamente el código del DNI, una de las banderas de alienación que el hombre actual agita como si fuera símbolo de libertad. Me repulsa la idea no ya de clonación sino de fotocopia humana. Me parece necesario reivindicar la existencia única y sobre todo, distinta del ser humano. Con ese propósito empieza mi blog, que he titulado Mi cara B, porque estoy bastante harto de que siempre que se coge el boli Bic para rebobinar sea para volver a oír esa musiquilla barata y convencional. Yo quiero que oigáis mi batería, mi solo de guitarra y mi grito desgarrador. Bienvenidos al Heavy Metal de mi vida.