Dicho esto, las alteraciones de la realidad de nuestros días son tan leves que no podemos decir que vivimos en un mundo cambiante. Una cosa es que nos martilleen con las supuestas ventajas del desarrollo tecnológico y otra muy distinta, afirmar que la realidad cambia. Dejad de engañaros. Todo sigue igual. Después de la Transición Democrática, España sigue siendo la de los 70 y 80, con ropas más bonitas, eso sí. Una prueba de ello es una de mis últimas lecturas, Zzzzzzzz..., de Quim Monzó, editado por Quaderns Crema en el 87, año en que nací. Se trata de una recopilación de los artículos que escribió en la prensa condal entre 1984 y 1987. Lo más sorprendente del conjunto es la continua sensación de ''ya te digo'' que se le queda a uno tras la lectura de cada artículo. Tienen más de 23 años pero siguen siendo muy fieles a la realidad: la de los ochenta y la de ahora, porque son la misma. Parece que hablar de cosas con más de dos décadas de antigüedad no tiene valor en nuestros días, pero si fuera así la mayoría de las obras de arte que conocemos deberían parecernos obsoletas, como la Gioconda, el Quijote o Sin Perdon, de Eastwood, por pertenecer a una época anterior o dar constancia de situaciones de tiempos pasados.
He aquí la clave del conjunto de artículos. El paso del tiempo no sólo no le ha restado ni un ápice de razón sino que ha consolidado su certeza, adquiriendo así un valor bastante más universal, por mucho que a menudo se hace referencia a temas relativos solamente a Barcelona. Uno de ellos es Superultraautentiquíssim, que habla de las mutaciones que sufre el habla de la gente: durante un tiempo se usa una expresión hasta que queda anticuada y se pasa a otra. Amb solta me pareció interesante porque en él Monzó defiende jugar con el nombre de las calles en función de lo que haya en ellas. Model de carta al director es una burla a sus críticos, presentando un formulario de renuncia a la suscripción al diario Avui. Aunque seguramente el que parece más fiel a nuestros días es Tornem-hi, que comenta la eterna rivalidad entre las ciudades de Madrid y Barcelona. Si el tema obliga a meter el dedo en la llaga, nada mejor que la ironía y la acidez que siempre ha usado Monzó. Todavía aún. Y muy bien por cierto.
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