Son muchas las facetas de la vida en las que nos falta información sobre lo que ocurre entre un proceso y su resultado. Sabemos un poco en qué consiste el fenómeno e identificamos con facilidad lo que es su consecuencia. Lo que se encuentra in media opus es casi siempre un enigma. Es decir, sabemos que existe un acto que deriva en otro hecho, pero ignoramos el mecanismo del acto. Desconocemos de qué manera ocurre lo que ocurre, nuestra manera de entender el mundo es un cúmulo de convenciones que vomitamos sin criterio. Nos hemos aprendido un sinfín de relaciones causa-efecto como si no existiera nada más. Esta semana me ha ocurrido un problema cuando al instalar la PlayStation 2 que me acababa de dar un buen amigo (sí, soy pobre) no lograba que se viera en mi televisor. Así las cosas, me vi hablando de soluciones con el Euroconector y demás cables de los que no tengo ni remota idea, pero que sabía que me salvarían del apuro. Es una cultura de Trivial Pursuit: tenemos las respuestas pero no podemos justificarlas. Al fin y al cabo, es algo tan propio de un Mundo tan pedante y superficial, en el que ahora se busca ser trending topic durante un puñado de horas. Es muy cómoda esa posición en la que puedes decir 'Capital de Ecuador, Quito', 'el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los catetos' o 'Caminante, se hace camino al andar es un poema de Machado'. Se puede alardear muy bien desde ahí, pero el problema es que se encasilla nuestra capacidad de conocimiento.
Para predicar con el ejemplo, me puse manos a la obra con un tema sobre el que llevaba tiempo pensando y que pretendía intentar conocer más en profundidad. Me estoy refiriendo a la memoria. Aunque nunca he hecho ningún test para comprobar mi nivel, creo que tengo una gran capacidad de recordar, mayor que la media. Sin embargo siempre he pensado que la memoria es algo muy relativo a la importancia de lo recordado. Por eso recuerdo nítidamente tantos goles de Raúl en el Madrid y olvido con facilidad los problemas de pareja que tiene esa amiga de la chica con la que me estoy intentando acostar. Evidentemente uno piensa a menudo en lo que más valora, de ahí que tendamos a recordar lo más notable para cada uno. Por otro lado, reconozco que la memoria a corto plazo que tengo es más limitada que la de largo plazo: me asombro tanto por lo rápido que se me escapan cosas que aún estoy haciendo como por lo fiel de la imagen que guardo de lo que me ocurrió mucho tiempo atrás. Por eso intuyo que la voluntad debe ser importante para memorizar en condiciones. De hecho, en varios libros sobre memoria que he estado consultando se habla de ejercicios para potenciar tal capacidad, similares a los Brain Training. Aunque no pretendo ir precisamente por ahí en mi modesta investigación.
Tengo que avisar que mis conocimientos previos sobre el tema son prácticamente nulos. Además mi campo de estudios universitarios es la filología y lo que estoy revisando aquí pertenece -supongo- a dos disciplinas alejadísimas de la mía como son la neurociencia y la psicología. Mi intención no es hacer un análisis científico sobre la memoria, porque para algo existen los concienzudos trabajos de los expertos en la materia. Yo no soy hombre de ciencia, pero igualmente he tenido que recurrir a una base teórica para llegar a algunas conclusiones.
Para empezar, conviene definir qué es eso de la memoria. En Wikipedia se considera ''una función del cerebro y, a la vez, un fenómeno de la mente que permite codificar, almacenar y recuperar información”. Rebuscando un poco más, encontré en 'Conocimiento y dominio de la memoria', de Paul Chauchard, la definición como ''la posibilidad psicológica que tenemos de poder evocar voluntariamente un pasado que no se ha perdido u olvidado del todo''. Ahí me frené en seco. ¿Cómo que 'voluntariamente'? Esta definición es peligrosa, porque está afirmando que recordar es un proceso totalmente racional y que por lo tanto, se puede dominar siempre. Es obvio que a menudo hacemos un esfuerzo por traer al presente algo anterior, pero a la segunda definición se le escapa lo que la primera deja intuir con lo de 'fenómeno de la mente', que la memoria también ocurre como algo involuntario. ¿Cuántas veces habremos recordado algo que no guarda relación alguna con lo que estamos haciendo o pensando? No sabemos el porqué de tal aparición. Eso es lo que me falta por resolver.
Sobre la memoria como proceso mental supe hace un tiempo que no se sitúa en una sola parte del cerebro. Conocí el experimento que se hizo con un reptil, al que hicieron una trepanación, cortaron el cerebro en porciones que desordenaron como un Croupier con la baraja de cartas e incluso extrajeron del cráneo del animal. A pesar de ello, el reptil conseguía recordar el camino a seguir aunque cada vez con más dificultad. Parece ser que la memoria se reparte por zonas especializadas: en una parte están los recuerdos de infancia, en otra se alojan los del aprendizaje, etc. Los estudios sobre el cerebro humano indican que tenemos 100.000 millones de neuronas y 100 billones de interconexiones entre ellas. Por eso, se calcula que podemos llegar a recordar 10 billones de páginas de enciclopedia. Ahí es donde interviene el aprendizaje, porque es asumiendo un hecho que se introduce entre todos esos datos.
Las nociones de memoria y aprendizaje van muy ligadas en realidad, por lo que a menudo el estudio de una va unido al de la otra. Se ha comprobado que cuánto más se estudia algo, más se retiene en la mente. Lo que, párrafos atrás, era una simple suposición mía, resulta ser cierto. El cerebro detecta mayor o menor interés en función de la cantidad de veces que se repite la información. Así que la reiteración es fundamental en la evocación de hechos. En realidad, pienso que descubrí ese lance hace unos años tras leer la Rima VII de Gustavo Adolfo Bécquer. El poema dice así:
Del salón en el ángulo oscuro,
de su dueño tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo
Veíase el arpa
de su dueño tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo
Veíase el arpa
¡Cuanta nota dormía en sus cuerdas,
como el pájaro duerme en las ramas,
esperando la mano de nieve
que sepa arrancarlas!
como el pájaro duerme en las ramas,
esperando la mano de nieve
que sepa arrancarlas!
¡Ay!- pensé- cuántas veces el genio
así duerme en el fondo del alma,
y una voz, como Lázaro espera
que le digan: "Levántate y Anda"
así duerme en el fondo del alma,
y una voz, como Lázaro espera
que le digan: "Levántate y Anda"
Como todos los grandes poemas, este de Bécquer tiene un sinfín de lecturas. Personalmente me pareció una descripción brillante del proceso creativo. Primero se recuerda una imagen, luego se reflexiona sobre ella y finalmente se trabaja esa idea. El poeta sevillano daba así una gran importancia a la memoria y a la reincidencia cuando se trata de aprender algo. Aprender y sobre todo, aprehender (hacer propio), porque hasta que no se asume algo como inherente a uno mismo, no se puede dominar con total naturalidad.
Pensando sobre ello, encontré un ejemplo de aprehensión a través de la memoria mucho más contundente y de amplia tradición en el arte, la archiconocida Magdalena de Proust, perteneciente a Por el camino de Swann, el primer libro de su ópera magna En busca del tiempo perdido. Ya lo deben conocer ustedes: en el célebre fragmento el narrador rememora momentos de su infancia al comer una magdalena con una taza de té. El recuerdo se produce porque el personaje asocia la textura, el sabor y el aroma con ese mismo estímulo que vivió años atrás en los viajes a casa de su tía.
En realidad eso tuvo que ocurrir por la constante presencia de ese recuerdo en la vida del narrador. Seguro que el joven Proust recordaba a menudo esas estancias en casa de su tía. Seguramente le encantaban esas épocas en familia. La nostalgia que debía de sentir por sus visitas de vacaciones le hacía contener esos momentos con mucha más consistencia que cualquier otro recuerdo. Por eso le resulta tan fácil rememorar el olor de la magdalena con tila. Pero además, el hecho de haber pensado tantas veces en aquello impulsa al narrador a sacar todo aquello a flote con mayor facilidad. De esa forma, sorprende no tanto el recuerdo como la precisión en los detalles. Pero lo más increíble me sigue pareciendo que todo ese recuerdo se produzca a partir de un estímulo sensorial, el olor de magdalena, muy presente en la vida de Proust.
Este ejemplo me hizo considerar la posibilidad de que la memoria también consista en un impulso nervioso. La repetición, incluso la semejanza, de un suceso empírico activaría nuevamente los sentidos que se vieron afectados la primera vez. De ese nuevo despertar sensorial surge el recuerdo, aunque para ello es conveniente que la primera experiencia haya suscitado reflexión. La mayor posible. El fogonazo que desata esa evocación tan precisa es un impulso nervioso que genera una reacción a la que el cuerpo guarda una cierta costumbre. En el caso de la novela de Proust, esa sensación implicaba el nítido recuerdo del contexto del que venía acompañada.
Sin embargo, el caso más exagerado no lo encontré en el arte, que vive tanto entre esas dos aguas que son el pensar y el sentir. El paradigma me pareció el gol de Diego Armando Maradona a Inglaterra en el Mundial de México en 1986. Ese tanto es, por unanimidad, el mejor de la historia del deporte rey. Aunque nunca he corroborado esa opinión, debo reconocer que ese tanto me parece, sin lugar a dudas, el más proustiano de la historia del fútbol. Con mayor o menor precisión la mayoría recordará ese gol, en el que el Pelusa recogió el balón de espaldas a portería, en el centro del campo, dio media vuelta y encaró a todos los defensas que salían a su paso, hasta llegar al portero, regatearle y anotar.
Lo que la mayoría no sabe es que aquel tanto empezó a gestarse seis años antes, en un amistoso, también contra Inglaterra, en el que los albicelestes perdieron por 3-1. Ese partido fue la primera gran aparición de Maradona en Europa, nada más y nada menos que en Wembley. En un lance del juego, el 10 recibió un pase en tres cuartos de cancha, rotó sobre sí mismo y encaró a tres defensas ingleses para cruzar el balón raso con la puntera frente a la salida del portero. El disparo salió rozando el poste. Parece ser que después del partido Maradona recibió una llamada de su hermano diciendo que debería haber regateado el portero. Teniendo en cuenta lo que suponían los partidos entre ambas selecciones, estoy seguro de que Diego pensó a menudo en aquello. Cuenta Jorge Valdano que después del partido del Mundial, Maradona le dijo que había rememorado el error del 80. Que justo después de sortear al último defensa inglés, recordó que debería hacer lo propio con el portero.
Parece mentira que, a 140 pulsaciones, totalmente concentrado en el juego, alguien pueda recordar un suceso de seis años atrás. En tal situación uno no piensa que el recuerdo sea un acto voluntario de la mente. Ese recuerdo tan oportuno fue algo súbito, como un acto reflejo. No se debe a un esfuerzo por reconstruir la jugada en ese instante, sino que parece un impulso nervioso, como el frío, el hambre o el dolor. De hecho, la relación corporal entre ambas acciones es evidente: el argentino se encuentra prácticamente en la misma posición del área cuando se dispone a ejecutar la última acción. Los defensas están todos detrás de él y el portero sale en busca del atacante cubriendo principalmente el primer poste. Lo que ocurrió al final fue un gesto automático. El recuerdo fue un fogonazo que parece tener poco de racional. Sin embargo, esta historia es lo que demuestra que Diego vivía tan solo por y para el fútbol. Nunca habría sido posible esa jugada si él no hubiera pensado tantas veces en el primer error. Aquel momento en que Diego gira el cuerpo para golpear con la puntera quedó grabado en la mente del astro argentino. De esas incesantes reflexiones salió el mecanismo fugaz que desembocó en uno de los tantos más gloriosos de la historia del fútbol.
Para terminar sólo añadiré que, como dije al principio, mi intención inicial era comprender mejor en qué consiste el curioso fenómeno de la memoria. Tras lo visto puedo decir que lo he logrado, aunque no todo ha sido tan satisfactorio. Me explico. En todo estudio más o menos serio se parte de una hipótesis que se pretende confirmar. Mi sospecha era que la memoria es algo casi exclusivo del sistema nervioso. Evidentemente he fallado. La consistencia de los pensamientos acerca de un tema lo convierten en algo mucho más duradero cuando se trata de recordarlo. Y con lo que me ha costado llegar a esa conclusión, puedo asegurarles que no lo olvidaré fácilmente.